En mi calidad de flamante cefalópodo.

jueves, 1 de septiembre de 2011 |


Yo intenté, ciego de negación, hacerle entender o quizás convencerla de que podríamos seguir una vida normal, de que todavía la amaba, de que podríamos ser una pareja como todas, un tanto diferente del resto, claro, en mi calidad de flamante cefalópodo, pero ella no quiso entender. Yo segregaba sobre el sofá una sustancia viscosa que me brotaba de las ocho glándulas “axilares” y eso yo me daba muy bien cuenta de que le daba asco, ella se tapaba la nariz disimuladamente, para no ofenderme, como hacen los que charlan cara a cara con alguien que tiene mal aliento, así mismo ella se tapaba la nariz porque no soportaba el olor a pescado, y esquivaba mi mirada, mis ojos negros y sin párpado le provocaban mucho pero mucho terror, se notaba, y sin embargo yo, en mi negación, pensé que con el tiempo podría acostumbrarse  y hasta ver lo positivo en mi calidad de flamante cefalópodo, ver, por ejemplo, que mis abrazos serían incomparables. En mi calidad de flamante cefalópodo yo podría darle la contención que ella necesitaba, porque ella sabía, le dije, que era algo inestable, a veces de golpe se pone a llorar y no hay quien le pueda parar el llanto, después le entran convulsiones o llora más y más y yo la abrazo y no pasa nada, le dije, pero ella no quiso entender, no quiso aunque le remarqué que mis abrazos ahora, en mi calidad de flamante cefalópodo, tendrían hasta un 500% más de efectividad y por ahí serían un mejor consuelo. Después de decirle esto intenté forzar un abrazo para llevar lo dicho a la práctica, pero ella me rechazó con un empujón brusco que provocó en mí una reacción instintiva propia de mi naturaleza octópoda y enorme chorro de tinta en toda la cara, pobre, y todo acompañado de gritos histéricos y muy agudos que –tardé en darme cuenta– venían de mí mismo.
Después me calmé. El sofá se arruinó. Ya venía mal con toda mi viscosidad pero la tinta la tinta de octópoda no sale con nada. Me erguí sobre algunos tentáculos y con el resto gesticulé rogando perdón mientras ella se chocaba con las paredes porque el objetivo de la tinta es cegar al predador y yo, en mi calidad de flamante cefalópodo, se ve que inconscientemente percibi en ella una amenaza. Me costaba dominar mi nuevo cuerpo y además la cerámica no era lo mejor para alguien en calidad de flamante cefalópodo. Me resbalé y por la adrenalina de la caída liberé otro espasmo de tinta que ella pisó, todavía cegada por la tinta, y resbalándose cayó sobre mí. Yo la abracé con todos mis tentáculos y le susurré al oído shh ya pasa, ya está, todo va a salir bien, pero tengo que admitir que poniéndome en el lugar de ella entendí de lo horroroso de la situación: llaman a su puerta y cuando usted atiende ve a su marido en calidad de flamante cefalópodo. Por un momento no sabe que es su marido, pero luego el octópoda le habla con su voz, es decir con la voz de su marido, solamente que apenas más grave y bastante más húmeda. Y el cefalópodo pasa sin pedirle perdón y al rato, cuando usted ha vuelto del desmayo y  se ha tomado un valium, el cefalópodo le empieza a dar información muy muy íntima, información que solamente su marido sabe, como por ejemplo la ubicación exacta de cierto lunar o la clave de cuentas bancarias en común, con lo cual no le queda a usted más remedio que aceptar la metamorfosis del cónyugue. Le viene luego un momento de distraída ternura que le permite sentarse junto al monstruo en el sofá. Y de repente, ataque de tinta, ceguera y caída sobre una viscosidad innombrable que le habla entre chapoteos y la abraza en la oscuridad, la sujeta con ventosas, y el olor a pescado es horrible y le provoca arcadas, y entre las húmedas palabras de ánimo que le susurra su marido ocurren intermitencias de regresión a los instintos básicos del cefalópodo, cada vez que usted forcejea para liberarse hay nuevas reacciones de gritos y  tinta y todo es complicado, todo es complicado, es lo único que usted grita como grita ella ahora y  yo lo sé, yo lo sé, pero que se ponga un poco en mi lugar, pienso, que se imagine cómo me siento yo en mi calidad de flamante cefalópodo.


2 Comentarios:

Unknown dijo...

Si Kafka se lo hubiera tomado con un poco más de humor, quizá estaríamos hablando de maridos bukkakeadores de tinta. El tono humorístico se mezcla, sutilmente con una sensación insoportable de asco si uno trata de imaginarlo. Mejor no hacerlo, reírse, y reconocer que acariciarse el escroto con muchos más brazos tiene que ser toda una experiencia. Qué curioso, hoy a mí me ha dado por las plantas carnívoras. Quedamos en la jungla.

Prejuicioso dijo...

Yo creo que el autor trata de mostrarnos que un ser feo en apariencia, puede tener un gran corazón...
También puede querer decirnos que todos tenemos un pulpo, bién en el fondo...
O que la señora iba a dejar al pulpo con tal de no limpiar el sofá.

sea cual sea la dirección que quiso seguir el autor,la comparto, no solo por su exquisitéz técnica, sino que también por su extraña idea de que un pulpo pueda respirar afuera del agua, lo que me hace pensar que es todo una metafora relacionada con el sexo o la muerte... después de todo... ¿existe otra cosa?

Comentar desde Facebook

Comentar desde Blogger