Américo, o la inconsciente necesidad de hacerse cargo de uno mismo, de conseguir alas biomecánicas y cumplir el sueño de levantar vuelo hacia la libertad, o hacia la muerte.

viernes, 9 de diciembre de 2011 |

«Américo, ven Américo, tráeme mi aperitivo semi-matinal, Américo, el reloj se aproxima inevitablemente a las 11 AM y mi aperitivo matinal aún no está servido, Américo, ¿es que acaso pretendes que me lo prepare yo?, ¿eh?, ¿es que se ha vuelto loco el mundo y los mayordomos ahora son seres rebeldes, irrespetuosos e irresponsables? ¡Américo, caramba! ¡¿Américo?!»

El aperitivo semi-matinal de Madame Laparisienne consiste en media tostada cubierta de miel de abejas y una loncha de jamón de 1200€ el kilogramo. Su preparación está a cargo de Américo, quien ahora duerme sonoramente en su habitación de la tercera planta y sueña que lee en el periódico el fallecimiento de Madame Laparisienne como consecuencia de media tostada atravesada en su esófago. La alarma del teléfono móvil de Américo no sonará hasta las 18 horas: Américo ha confundido las 6AM y las 6PM.

—¡AMÉRICO! ¡AMERICO! —grita Mme Laparisienne y su vena del cuello tiene el diámetro de un pequeño oleoducto. Presionando con el meñique el botón del intercomunicador de la mansión, Mme Laparisienne grita el nombre de su mayordomo y escucha con satisfacción su propia voz multiplicada en más de 40 habitaciones—. ¡AMÉEEEERIIIICOOOOO!

En la habitación de Américo la voz de Madame Laparisienne es apenas un susurro que no sólo no despierta al durmiente sino que parece arrullarlo más, como si fuera el sonido inadvertido pero amodorrante de una suave lluvia de verano. Los ronquidos de Américo son reemplazados por suspiritos regulares, resultado de un cambio acertado e inconsciente de la posición corporal que corrige su respiración. El intercomunicador falla, la alarma del móvil está mal programada. Y Américo duerme.

—Express Máyordoms, mi nombre es Alfred, ¿en qué puedo ayudarle?
—Necesito con urgencia un mayordomo en mi domicilio para prepararme mi aperitivo semi-matinal.
—¿Su nombre?
—Madame Laparisienne.
—Sí, un segundo por favor. (Tapando el teléfono, Alfred se dirige a su secretaria). Tiffany, averigua todo lo que puedas sobre M.L. y dile  a Bernard que tiene que ir a su domicilio. (Vuelve a dirigirse a Madame Laparisienne). Muy bien, Madame, le enviaré a mi mejor hombre. ¿Podría por favor indicarme cuál es su aperitivo matinal favorito?
—Semi-matinal.
—Mis disculpas.
—Media tostada con miel de abejas y una loncha de Jamón de Yorkshirester, primera calidad, al menos dos premios certificados.
—¿Tiene usted esos ingredientes en su casa?
—No lo sé. Jamás trato con la nevera.
—Ningún probema, llevaremos todo. ¿Algo más que debamos saber?
—Sí. Que llevo ya casi 20 minutos de retraso y mi estómago precisa ante todo de regularidad. En caso de retrasarse el aperitivo mucho más, todo mi horario intestinal se verá afectado por el cambio y todo mi esquema de visitas al toilette se derrumbará en un caos de impuntualidad y anomalías que perjudicarán al mismo tiempo mi ciclo de sueño/vigilia por culpa de inesperadas llamadas de la naturaleza a cualquier hora.
—Tendremos todo en cuenta. ¿Acompañará la señora a su tostada, miel y jamón con alguna bebida?
—Agua bendita por el Papa. Y nada de Ratzinger. Juan Pablo II o ni se moleste en venir.
—Todo en camino.

En el sueño, Américo es un hombre-pájaro que sobrevuela la isla de La Valeta (Malta) y dispara con su cañón-pene proyectiles de bajo calibre sobre una multitud histérica que se arroja al agua y nada alejándose de tierra firme hasta morir ahogada de extenuación o devorada por tiburones. Américo es miembro de una bandada de hombres-pájaro, todos armados de un cañón-pene similar al suyo, que coordina sus ataques a la población de La Valeta mediante un lenguaje primitivo de graznidos y una suerte de telepatía delfinoide muy efectiva. El sueño de Américo ha incorporado los gritos de Madame Laparisienne y los ha transformado en el estruendoroso sonido de los misiles tierra-aire que dispara la milicia maltesa contra los hombres-pájaro. Uno de los misiles hiere a Américo y lo despierta.
Apenas rasguñando la vigilia, Américo logra comprobar que todavía es de noche (no lo es, simplemente están corridas las cortinas) y continua durmiendo un sueño sin sueños.

Bernard se viste a toda prisa. Su armario en Express Máyordoms no difiere mucho del de Batman, con la sola diferencia de que todos los trajes iguales son esmóquins. Se coloca un par de zapatos brillantes y se peina con abundante gel. Se atusa el bigote. Su plan de trabajo le ha sido enviado a su Blackberry: tiene que pasar por Charcuterías Le cerd c'est très triste para hacerse con el jamón y visitar a un viejo obispo retirado para conseguir el agua bendita por el Papa Juan Pablo II. 

En las profundidades de una cueva submarina el único movimiento evidente es el ascenso de una miríada de pequeñas burbujas nacidas en los pulmones del Anfibio Américo y exhaladas por unas branquias sublepídicas ubicadas detrás de sus aletas pectorales. La oscuridad es total y solo puede oírse el leve rumor de un grito lejano (Madame Laparisienne). Por razones que el sueño no aclara, el Anfibio Américo está herido. La sangre dulce ha sido percibida –Anfibio Américo lo sabe– por un inusual cardumen de tiburones que se aproxima a devorar a la presa. Américo intenta mimetizarse con un banco de algas flotantes pero sus escamas cromomiméticas fallan (su índice de cromatóforos ha descendido por la pérdida de sangre) y el camuflaje es apenas parcial. Los tiburones llegan, voraces, y comienzan a lanzar mordidas al azar, sus triples filas dentales lanzan chasquidos al morder la nada. El Anfibio Américo lucha por mantenerse en la conciencia y con movimientos apenas perceptibles al ojo humano intenta mantener el ritmo de las algas flotantes. Los tiburones escuchan algo, a lo lejos, que reclama su atención (El timbre de la Mansión). Se alejan. Américo huye envuelto en algas y cae en un sueño sin sueños.

Bernard lleva en el umbral de la Mansión Laparisienne casi una hora. Desde allí puede oír sin problemas los gritos de madame Laparisienne.
—¡AMÉRICO! ¡LA PUERTA, AMÉRICO!
Pero Américo huye de los tiburones y no responde. 
Finalmente M.L. incurre en un acto de extrema humildad y abre ella misma la puerta.
—Ya era hora —le dice a Bernard, de Express Máyordoms, y se vuelve a recuperar su posición digna y elegante en el sillón principal de la sala de estar—. Adelante. Por supuesto, son más de las 12 y ya no quiero mi aperitivo semi-matinal. Me conformaré con un Darjeeling levemente endulzado.
Minutos después, Bernard interrumpe la lectura de M.L.:
—Me disculpará la señora, pero debo ausentarme para adquirir Darjeeling.
—No. He perdido el deseo de té. Suba hasta el ala oeste de la tercera planta y despierte a mi mayordomo Américo.
—En seguida. 
—Cuando esté bien despierto, infórmele de su despido inmediato y efectivo desde esta mañana, y pídale firmemente, o mejor: ordénele amablemente que se retire para siempre de esta mansión.
—En seguida.
—Y váyase usted con él.
—En seguida.

Los Interruptores Ectoplasmáticos de Pelmon III atacan de nuevo. La ciudad selenita de Han-Hong vacila como una vela en el viento y su caída definitiva parece inminente. El Escuadrón de Emergencias, dirigido por Amérikon, recupera fuerzas en una trinchera improvisada entre los escombros del antiguo edificio imperial. 
—¡Larry, infórmame! —ordena Amérikon.
—¡Señor! ¡Nos quedan solamente ocho unidades! ¡Baja munición, señor! ¡Fermer ha sido herido!
—¿Gravemente?
—¡Es muy pronto para diagnosticar, pero probablemente no sobreviva!
—¿Algo más?
—El radar informa de un ataque aéreo en proceso, señor. Necesitamos encontrar un mejor refugio. Debemos arriesgar nuestra posición actual para alcanzar el edificio del Senado, que aun está intacto.
—Muy bien. ¡Atención todo el mundo! ¡A mi cuenta de tres, todos corremos hacia la sede del Senado! ¡Larry, usted asista a Fermer!
—¡Sí señor!
—¡Garland!
—¡Señor!
—¡Usted va al frente, es el único con escudo de energía!
—¡Afirmativo!
—¡Terence!
—¡Señor!
—¡Cúbranos por detrás!
—¡Sí señor!
—¡Uno! ¡Dos! ¡Tres!
Los últimos retazos del Escuadrón de Emergencias gritan al unísono y se apresuran entre los escombros del edificio imperial. Una nave de los Iterruptores los detecta y dispara de frente sobre el casi agotado escudo energético de Garland. La herida de Fermer deja un rastro de sangre que forma pequeños grumos rojos con el polvo de los escombros. Las naves biomecánicas desgarran el cielo con gritos pseudoaviares (Madame Laparisienne) y forman una peligrosa bandada de Interruptores que desciende sobre el Escuadrón. 
—¡Al suelo, todos! —ordena Amérikon.
Ensordecido por los disparos de su propio fusil, Dyon no escucha la orden y cuando todos alcanzan la horizontalidad se convierte en presa fácil de las naves interruptoras. Una garra biomecánica se cierra sobre su tórax y le perfora el pecho. Antes de separarse del suelo ya está muerto.
—¡Vamos, vamos! ¡No se detengan! —grita Amérikon y consigue acertar un disparo en la cámara nuclear del pecho de la nave—. ¡Sin piedad!
El Escuadrón alcanza la sede del Senado y asciende las escaleras hasta la tercera planta. Por las ventanas de la Sala Crepuscular Amérikon observa el panorama. Han-Hong ha caído. Algunos selenitas se resisten todavía, pero en vano. Los cuerpos carbonizados visten de negro la avenida principal y su hedor (el jamón de Bernard, que ingresa en la habitación) inunda la ciudad. 

La intensidad del sueño y el nivel de realismo que alcanza a través de un detallismo neurótico ingresan a Américo en el terreno de la parasomnia: todavía asomado por la ventana de la tercera planta de la sede del senado, en Han-Hong, Américo se asoma también por la ventana de la tercera planta de la Mansión Laparisienne. Sus ojos abiertos no observan la penumbra entretejida de las gruesas cortinas, sino el caos selenita y la invasión de los Interruptores Ectoplasmáticos.

Un Interruptor atraviesa el cristal de la ventana y se estrella contra la pared opuesta de la Sala Crepuscular. El ser se retuerce sacudiéndose los trozos de vidrio y grazna horriblemente (Madame Laparisienne). Un grito más grave (Bernard) le responde desde atrás, pero Amérikon no logra ver a su emisor porque un rayo lo encandila, lo ciega, y el impacto lo empuja hacia atrás. Cae sobre el cuerpo blando de Larry.

El sonambulismo de Américo está complicando un trabajo que en principio sólo implicaba la preparación de un aperitivo. Madame Laparisienne no deja de gritar, desde la planta baja, el nombre de su mayordomo y de preguntar «qué pasa ahí» y de avisar que ha cambiado de opinión y ahora sí le apetece el Darjeeling.
Américo balbucea cosas sin sentido, de pie frente a la cortina corrida, y cuando Bernard apoya amablemente una mano sobre su hombro se sacude y se pone en guardia. Bernard descorre las cortinas y acompaña a Américo a la cama, acostándolo suavemente, pero

Amérikon se pone de pie de un salto y golpea al Interruptor que ha disparado. Forcejean. Amérikon le quiebra la quijada de un derechazo. Aprovecha el desconcierto del mareado Interruptor para empujarlo, gritando, hasta la ventana. El Interruptor cae. No levanta vuelo, y pierde la vida al chocar contra el suelo.
El Escuadrón sobrevive al ataque. Exhausto, Amérikon se coloca las alas biomecánicas del ave que acaba de matar Terence, y levanta vuelo desde la ventana. Las alas fallan y 

Américo cae, despierto, sin comprender cómo ha cambiado tanto la ciudad selenita, ahora hay rosas y el cuerpo sin vida de un hombre de esmoquin. El cadáver no amortigua lo suficientemente la caída, y Américo muere. 
Madame Laparisienne no deja de llamar a Américo y de insistir en su té Darjeeling.

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