Mohammed Lombardi, jefe de Explicaciones (fragmento de algo).

martes, 14 de febrero de 2012 |

Decir que Mohammed Lombardi está a cargo del departamento de Explicaciones es incurrir en una reducción semántica de su lugar en el laberinto laboral de La Compañía, es dar la impresión errónea de que su tarea consiste en coordinar el trabajo de sus subordinados para que la entrega de explicaciones dentro de L.C. ocurra en tiempo y forma. 
No. 
Lombardi es mucho más que un coordinador, que un gerente. Lombardi es, ante todo, un sabio, una eminencia multidisciplinaria, un patriarca espiritual de mil caras. La renuncia, jubilación o muerte de Lombardi significaría una pérdida empresarial mucho más grande que la resultante de cualquier otra muerte, jubilación o renuncia de cualquier otro empleado, con la posible excepción de Fogg o Armendáriz (este último no por virtudes personales sino porque ha sabido hacerse indispensable para La Compañía a través del establecimiento de contraseñas (conocidas sólo por él) para muchísimos de los procesos informáticos vitales de L.C.. Si Armendáriz se negara a revelar las contraseñas antes de abandonar su cargo, La Compañía estaría en un problema y podría, eventualmente, verse en una negociación no muy distinta de la que ocurre entre un gobierno cualquiera y un terrorista en posesión de armas nucleares).
Se dice que Lombardi comenzó como soplador de tuercas. Se dice que el departamento de Estadísticas reportó, en el primer Informe de Eficiencia Departamental desde el ingreso de Lombardi, un incremento de tuercas sopladas de un 47 porciento. Se dice que Bernard Hummings (padre del actual jefe de Estadísticas) presentó personalmente el informe al Círculo y que todos (es decir, Hummings y la Trinidad Circular) bajaron al segundo sótano para ser testigos presenciales de los cambios. Se dice que lo que la comitiva vio al entrar en Soplado de Tuercas fue un círculo de operarios en la posición de loto y con los ojos cerrados y, en el centro, girando levemente para mirar a todos poro igual, Lombardi guiando la meditación. Avergonzado por haber insistido en reunir al Círculo para que descendiese con él al 2ºS, Bernard Hummings intentó interrumpir esa inaudita negligencia laboral, pero se vio impedido de hacerlo por un miembro del Círculo que atendía, fascinado, a las palabras de Lombardi. 
Se dice que Lombardi ofrecía meditaciones guiadas dos veces por día, y que él mismo defendió su tarea afirmando que era gracias a estos ejercicios que la eficiencia en el soplado de tuercas había subido.
En poco tiempo se convirtió en una figura legendaria. Era intimidante de una manera afectiva y aplastantemente lúcida. Ganaba cualquier discusión con argumentos amables –expresados en un tono de voz muy parecido a un audiolibro de autoayuda y a menudo acompañados de didácticos ejemplos que cualquiera podía entender– y de una rigurosidad lógica sin fisuras. Conversando con él, cualquiera acababa sintiéndose un personaje secundario de un diálogo platónico.
Lombardi ascendió posiciones en tiempo récord. No llevaba un año en L.C. y su contrato ya había sido modificado más de diez veces. No importa en qué departamento se lo pusiera, qué tarea se le ordenara hacer y con quién compartiera su jornada laboral, Lombardi siempre rebosaba los límites de las tortas o barras de Hummings, ensanchaba el horizonte espiritual de sus compañeros y mejoraba, en definitiva, la vida diaria de todos.
A cualquier otro empleado, un ascenso tan veloz y vertical le hubiera significado la envidia más amarga del resto de trabajadores, pero el aura de paz casi visible que rodeaba a Lombardi lo hacía invulnerable a cualquier emoción negativa.
Finalmente, y sólo porque él lo solicitó, Lombardi quedó como cabeza del departamento de Explicaciones con un contrato indefinido que prácticamente redactó él –tal era la devoción que, como toda la plantilla de trabajadores de La Compañía, le rendía RR.HH.– y del que no se sabe nada más. 
Quienes se permiten una sana dosis de escepticismo suelen reflexionar sobre el hecho algo paradójico de la bondad y sabiduría que emanan de Lombardi y lo contradictorias que resultan cuando se tiene en cuenta la esencia maligna de su tarea: justificar la alienación resultante de la división casi atómica de tareas en La Compañía, excusar la disminución salarial, redactar extensas apologías del Círculo o de cualquier incidencia interna solucionada a favor de los altos cargos, defender con argumentos siempre irrebatibles cada una de las negaciones de Presupuestos y Ahorro a la petición de mejoras ínfimas en la calidad de vida de los empleados: un ventilador de mesa, una impresora nueva, un almohadón para una silla o una cafetera. Sus respuestas tienen siempre un nivel de persuasión tranquilizadora que no irrita a nadie. Uno puede reconocer fácilmente cuando un memo ha sido redactado por Lombardi: la espalda se descontractura, el túnel carpiano se alivia, se regulariza la respiración, mejora la circulación, el ritmo cardíaco se normaliza. Cualquier mala noticia pasa siempre por el efecto narcótico de la prosa lombardiana, antes de ser multiplicada en las pantallas de los empleados. Quienes se permiten una sana dosis de escepticismo suelen reflexionar sobre esto, y suelen agradecer que sea Lombardi el jefe de Explicaciones. 

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