El Tocar Fondo, los efectos que esto tiene en la vida de uno y por qué no te llamé.

lunes, 4 de noviembre de 2013 |

1.

Estoy sentado sobre la tapa del inodoro del baño de hombres del bar “Tapas y Tapas”, ubicado en la calle Consell del Cent esquina Muntaner. Bajo la tapa del inodoro, flotando en el agua amarillenta por la bilis, flotan restos del sandwich de lomo y queso que pedí al entrar y que comí en tres bocados consecutivos, es decir que durante unos dos o tres minutos tuve en mi boca la totalidad del sandwich que ahora, apenas salpicado por mis jugos digestivos, flota en el agua del inodoro y se deshace lentamente en partes más y más pequeñas. Yo me chupo el pulgar de manera refleja. Tengo los ojos cerrados y escruto la atmósfera auditiva en busca de señales de alguien que venga al baño.
El bar se llama Tapas y Tapas y observo la tapa del inodoro, lo que en mi brumoso estado mental  se manifiesta, como escrito en neón, así

Tapas3

Tapas al cubo, pienso, o tapas por tapas por tapa [del inodoro], pienso también, y en mi pensamiento casi de duermevela etílico ingresan como incorporándose al sueño de la vigilia las palabras del camarero puertorriqueño que golpea el baño, porque ya hay una cola de caballeros nerviosos y bordeando la incontinencia esperando su turno para expeler líquidos de manera oral o por la uretra o quizás expeler algún sólido por vía anal o por vía oral también –ejemplo A de esto último el sandwich de lomo y queso que flota en el agua del inodoro ahora cubierto por la tapa– o, por qué, no expeler algún líquido por vía anal, ejemplo A de esto último algún vegano cuya dieta sana y pro-animales resulte en un residuo fecal más cercano al río que al glaciar, por poner alguna imagen poética en medio de tanta burda escatología. «Oye, amigo, tú estás bien ahí dentro», intenta no-gritar el camarero, tapando apenas con una finísima película de amabilidad el inmenso odio que me tiene por tener a su clientela –cada uno de sus miembros en distintos grados de ebriedad– amuchada en el estrecho pasillo que comunica con los baños, todos dando saltitos y cruzando las piernas muy estilo Michael Jackson y algunos estirando sus camisas para tapar las primeras manchitas en la zona de la entrepierna, las primeras filtraciones alarmantes de un inminente accidente urinal que puede desembocar en un borracho humillado, y no hay nada peor que un borracho humillado porque un sobrio humillado todavía tiene en pleno uso la parte mental encargada del autocrontrol necesario para acatar los protocolos básicos que hacen que funcione una sociedad, por ejemplo No Apuñalar a Nadie, entonces si alguien se ve víctima de una  humillación pública, ejemplo A de esto último el orinarse esperando en la cola del baño, la persona sobria todavía puede autocontrolarse de acuerdo a los protocolos sociales básicos y no apuñalar a nadie, pero si un borracho se ve sujeto a la situación expresada en el último ejemplo A, entonces los protocolos sociales básicos podemos decir que le chupan muy bien un huevo y procede, el borracho humillado, a partir contra la pared su botella semivacía –o semillena, en caso de que el ebrio sea además una persona optimista– y con su recién manufacturada botella-puñal Estrella Damm o Heineken o Moritz, abrirse paso hasta el baño a fuerza de puñaladas al azar, en la cara, cuello, abdomen o nalgas de los otros miembros de la Amarga Espera o de la Espera Dorada o como quiera usted llamar poéticamente a la cola de un baño de un bar.
«Ya salgo», consigo decir en un susurro que por suerte logra ser interpretado por el camarero, que suspira empatizando con mi malestar y responde «Tranquilo, muchacho, pero no me demores mucho más que aquí hay gente que quiere el baño» y luego, dirigiéndose al meandro de la Amarga Espera, añade «Vamos a usar el baño de mujeres, que no hay ninguna esta noche en el bar, vayan pasando», y yo agradezco al Tapas y Tapas, a su fundador, a los padres del camarero, al piloto del avión que lo trajo desde Puerto Rico y al arquitecto que diseñó el bar mi cambio de suerte. Lloro con mi mejilla apretada contra la tapa del inodoro, los ojos cerrados, y pienso que tengo que armarme de todas mis fuerzas para ponerme de pie para a) volver a vomitar hasta sentirme mejor, o bien  b) salir del Tapas y Tapas y buscar algo medianamente amarillo, grande y en movimiento para decirle que me lleve a mi casa, rogando que aquello sea en efecto un taxi y no otra cosa, por ejemplo la Embajada Rodante de China (aunque esto no creo que exista y si existiera no la pintarían de amarillo, sería como un autoracismo muy evidente y no lo harían, me parece) o un gordo con hepatitis.
El horror, el horror, cuando noto que mis piernas flojas se resbalan en el suelo húmedo del baño y la falta de fricción entre la cerámica y mis Converze –que no son Converse oficiales porque me niego a pagar 75€ euritos por un pedazo de lona con un par de huecos para acordonarlo al pie– me impide lograr un punto de apoyo correcto para erguirme en todo mi ausente esplendor y probar el plan A. El tercer intento parece dar frutos, casi estoy de pie y llego a ver mis ojos en el espejo y todo, pero las Converze fallan nuevamente y me resbalo con tal estrépito que me doy con toda la Señora Boca contra el filo del inodoro, que he tenido la prudencia de abrir para poder vomitar apenas conquistara la verticalidad. De mi enfrentamiento con el Roca el resultado fue 2 a 1 en mi contra: a cambio de saltarle un pedacito del borde, mi marfil bucal se vio privado de sus dos piezas más fundamentales, a saber, sus incisivos centrales. Sangre, baba –al que objete que en los humanos eso se llama ‘saliva’ le diré educadamente que no estuvo allí y que se puede ir y morirse– y sudor se mezclan ahora en una cosa viscosa que me baja por el mentón y gotea sobre el suelo dibujando lentamente un Pollock que después se va haciendo Rothko, para inyectar algo de intelectualidad en tanta burda escatología. Milagrosamente, y esto no es una forma figurada de decir, es literal, es decir, gracias a algo que estoy bastante seguro que entra en la categoría de MILAGRO y que si me viera el mismísimo Papa me canoniza ahí mismo en el baño del Tapas y Tapas, gracias a un milagro puedo erguirme y contemplar en el espejo la incompletitud de mis perlas en el rostro reflejado de La Mismísima Miseria. Sonrío para apreciar el centro negro en mi otrora deslumbrante sonrisa y sin abrir la boca introduzco un dedo para producirme arcadas, y entretanto el neón psíquico Tapas3 da lugar en mi Teatro Mental Minimalista a la frase: 

~ Estoy Vomitando Con La Boca Cerrada ~

fileteada sobre un fondo negro de no-pensamiento. En efecto, apenas saco el dedo comienza a brotar una cantidad bastante grande de Moritz en donde flotan los últimos trocitos de sandwich y también restos irreconocibles de Comida del Pasado Remoto. En mi estupor hipnótico he olvidado mirar hacia abajo para vomitar sobre el inodoro. Simplemente he observado, en una combinación fifty / fifty de fascinación y autorechazo, cómo de mi rostro sonriente, de boca-en-mordida, o sea boca-cerrada, ha brotado una cantidad bastante grande de Moritz etcétera.
Vomitar con la boca cerrada es una Cosa que Todo el Mundo Debería Hacer Antes de Morirse, y creo yo que está muy por encima de las clásicas Plantar un Árbol o Tener un Hijo o Hacer Bungee Jumping o Ir a un Casino o Escribir Un Libro o Viajar Por El Mundo. De hecho, en la lista de CTMDHAM yo pondría en primer lugar, inamovible, El Copular, placer sumo del que no debiera verse privado absolutamente nadie, ni siquiera el mismísimo Papa –que acaba de entrar por segunda vez en este confuso relato–, y en segundo lugar de la lista pondría, pero sin ninguna duda,, ¿eh?, El Vomitar Con la Boca Cerrada.
¿Por qué?
Jajaja, qué bueno que surja esa pregunta. 

2.

Existe una cosa que suele llamarse muy poéticamente El Tocar Fondo, que nada tiene que ver con el hecho de por ejemplo estar buceando en un laguito o en el mar y alcanzar una profundidad máxima y tocar fondo, por ejemplo el fondo del mar o del laguito, jaja, no, eso es muy literal. ETF tiene que ver con un hablar más poético en el que nos referimos a caer en lo más bajo de la Miseria Humana, una especie de Haberlo Perdido Todo, y de ETF y HPT suelen nacer muchas epifanías y reordenamientos de prioridades y cambios de vida y desintoxicaciones y abandono de malos hábitos y rupturas de parejas y cambios profesionales, religiosos e ideológicos, bueno ya se entiende, ETF es llegar a estar tan pero tan mal que no le queda nada más por hacer, al que acaba de tocar el fondo, nada excepto ir hacia arriba, Remontar La Situación, Salir A Remarla. Y ver, ver muy muy claramente qué queremos en nuestra vida y qué no y entonces empezamos a depurar eso. Es como exfoliar la vida, digamos.
Bueno, vomitar con la boca cerrada para mí fue ETF, en serio. Sobre todo porque me vi mientras lo hacía, gracias a esa superficie mágica que la especie humana ha llamado espejo, y que quizás los aliens llamen prupéiguer, por decir algo. Estoy deshidratado y perdiendo mucha sangre por las encías, y acabo de tocar fondo, así que si divago un poco y me imagino la palabra alienígena para ‘espejo’ (prupéiguer), no me digan nada, por favor. Me vi en el espejo mientras vomitaba con la boca cerrada, mientras tocaba con toda la mano abierta el fondo de la MH, y en ese durante, en ese fluir de Moritz y restos de Comida del Pasado Remoto, en ese durante yo te puedo asegurar que se me reordenó todo lo que se llama prioridad, se me reinició el Windows de la Vida. No soy el mismo, y estoy seguro de que nadie es el mismo después de vomitar con la boca cerrada. Después de vomitar a través de las dos vacantes enciáticas que le han dejado los dientes perdidos en la batalla contra el Roca (resultado final 2-1), no soy el mismo y lo sé, y sé que tengo que salir y llamarte.

3.

Este confuso relato no es un relato de amor. Tampoco es un relato. No sé qué mierda es. Es como un fluir de ideas y un poner sobre papel mental esta experiencia rara que estoy teniendo. Estoy perdiendo mucha sangre y tendría que empezar a pensar en salir, pero es importante aclarar que esto me está pasando y que ya no soy el mismo pero que está pasando ahora. Estoy ahora mismo en el bar del Tapas y Tapas, esto no es ficcional, el bar existe, está en Consell del Cent y Muntaner. Yo existo, me llamo Lucas, me sangra la boca y me faltan dientes y acabo de vomitar con la boca cerrada y tengo que Empezar a Remar La Situación y volver a casa y llamarte. Tengo que volver a casa y llamarte.
Me limpio la sangre con papel higiénico y escucho los golpes del puertorriqueño en la puerta. Los escucho como si vinieran desde una galaxia muy muy lejana, casi que los siento en el pecho más que los escucho, los intuyo, como el eco residual, insignificante, de un universo lejano al que ya no pertenezco, ahora que he vivido ETF y he rosado el HPT, ahora que sé que tengo que llamarte, ahora que sé que necesito implantes en calidad de urgente para poder sonreírte cuando te busque por tu casa a las 8 del sábado que viene y te dé una flor y un beso y te ofrezca la mano para llevarte hasta mi Fiat y te abra la puerta del acompañante y te haga un gesto exagerado de galantería y te diga ‘tome asiento, madam’ y esté visiblemente nervioso y con un nudo estomacal hecho por el más experto de los marineros, ahora que sé que tengo que encontrar la excusa para medirte el dedo y comprarte un anillo y buscarte por tu casa y llevarte en el Fiat al mejor puto restaurante de Barcelona y hacer todo lo que pueda, todo lo que pueda, para que veas, en la duración de dos platos, postre y café, que me muero de ganas de que te vengas a casa conmigo y que pasemos la noche muy desnudos y muy juntos y muy despiertos y desayunemos juntos café en el balcón.

PERO

4.

LO CIERTO ES QUE LOS GOLPES EN LA PUERTA SON REALES Y DE ESTE UNIVERSO.
Una mirada rápida al reloj me indica que no tengo ni puta idea de cuánto tiempo ha pasado, pero debe ser mucho. Escucho el cinematográfico crash de una botella partiéndose contra la pared, y esto es un indicador bastante certero de que estamos ante un ebrio meado-humillado y sin capacidad de autocontrol necesario para acatar los protocolos sociales básicos que permiten que la sociedad más o menos funcione, y que acaba de manufacturarse una botella-puñal. Se esta por ir todo a la Señora Mierda.
«Oye, muchacho, quita el pestillo que necesito el baño», grita el puertorriqueño. Luego se suceden muchos sonidos relacionados con la violencia y con la manufacturación de botella-puñales. Se escuchan sonidos viscosos relacionados con el vidrio desgarrando ropa y piel. Se escuchan gorgoteos relacionados con gargantas perforadas y llenas de sangre e incapaces de ejecutar el acto respiratorio. Se escuchan gritos de horror y sillas y taburetes chocando y cayendo y  golpeando cuerpos humanos, lo que indica que la gente está intentando huir. Pero luego se escucha muy nítidamente el sonido de la persiana de metal cayendo. Y se escucha un disparo y se deja de escucharse la música.
Ajeno a todo esto, yo sigo pensando en llamarte, y calculo mentalmente el costo de los implantes y lo contrapongo a lo que creo que es el saldo actual de mi cuenta bancaria. 
Una patada que puede perfectamente entrar en la categoría de Importante hace crujir la puerta del baño, pero el puertorriqueño ya no grita. Siguen sucediéndose distintos sonidos relacionados con la hecatombe. Muchas botellas rotas, muchas gargantas destrozadas. Muchísimos gritos de horror. Algún insulto inteligible. Cabrón, hijoputa, gilipollas. Creo que uno de los sonidos indica que la mesa de billar ha sido volteada. Otro sonido indica que los tacos están siendo partidos por la mitad de manera que el filo de la madera astillada se convierte en armas quizás más efectivas que las botella-puñales. Escucho un sonido burbujeante y me imagino una herida abdominal bastante profunda y mortal.
Pienso en que la mejor combinación del azar genético determinará que nuestros hijos tengan tus ojos y tu pelo y tus dientes y tu nariz e ignorará de manera rotunda cualquier intención de mis cromosomas de tomar parte en el asunto. Pienso en la palabra alienígena para cromosoma: orgorgor.
La puerta vuelve a crujir al recibir un embiste que va directo a la categoría Importante. De pie frente al espejo, me sobreviene otra náusea, y vomito unos últimos restos de jugos translúcidos y muy ácidos que me queman. Yo sonrío, vomitando con la boca cerrada y pensándote.
La puerta cruje una última vez. Se abre, y entra un sujeto con bigote espeso y una gran aureola oscura en la entrepierna.
«Motherfucker» me dice, pero su pronunciación tiene una aspereza no nativa. Creo que es ruso, pero no estoy seguro.



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