Carta de queja ante la polémica actuación de los Infernal Twisted Brutal Homicide Warriors en el pasado acto del día del niño.

jueves, 20 de enero de 2011 |

Sumamente indignada por los acontecimientos de anoche en la Avenida Principal es que me dirijo a ustedes, señores miembros del grupo musical Infernal Twisted Brutal Homicide Warriors. Ante todo déjenme decirles que nada tengo en contra de sus canciones ni de la llamada 'música de metal', y aunque ni sus letras ni sus melodías me parecen agradables, respeto su arte como el de cualquier otro conjunto musical.
Mi hijo es, de hecho, un ferviente seguidor suyo. Ha ido a todos sus conciertos, se ha tatuado su logo en la espalda y tiene todos sus discos, desde el debut Licuemos Bebés hasta el polémico Todos Se Deberían Suicidar Menos Nostros. Es a través de mi hijo que los he conocido, y nunca tuve ningún tipo de oposición a su fanatismo. Nunca hasta anoche. No me explico cómo han decidido las autoridades invitarlos a ustedes, "señores", a tocar en el acto del día del niño. La Avenida Principal fue ayer un lugar de corrupción y oscuridad, de lágrimas y terror, y estoy segura de que encandilados por las luces del escenario ustedes no pudieron ver las caras de desesperación que los pobres infantes que asistieron al acto tenían desde el mismo momento en que comenzó su recital, con el tema La Maestra Caníbal. Ustedes tienen que darse cuenta de que estas canciones quedan bien en los antros humeantes y dejados de la mano de Dios donde suelen tocar entre la niebla del tabaco y los vapores estancados de quintales de cerveza, ¿pero en un acto del día del niño, señores?, no, en un acto del día del niiño no pueden entonar estos himnos luciferianos. Cito el primer verso de La Maestra Caníbal:

Ella es la maestra caníbal
come niños, ¡come niños!
Alfabéticamente empezó con Aníbal
come niños, ¡come niños!

Como si fuera poco, hacia la mitad del concierto no tuvieron mejor idea que liberar pollitos para luego perseguirlos alrededor del escenario pisándolos ruidosamente y salpicando de sangre a los chicos de la primera fila, entonando otra de sus bárbaras "composiciones", esta vez Licuemos Bebés,del álbum homónimo:

Llego a mi casa, no hay nada para comer
Excepto mis hijos
¡Licuemos bebés!
Los trocemos
Los piquemos
los salemos
los licuemos
¡Licuemos bebés!
(Solo de guitarra. Duración: 15 minutos)
¡Licuemos bebés con Satán!
¡Licuemos bebés con Satán!

A continuación sucedió algo que me dio la estúpida ilusión de una mejora en el espectáculo. Por un momento pensé que habían reflexionado y se habían dado cuenta de lo mal que venían. Ernesto "Vómito de sangre" Guzmán, su guitarrista principal, comenzó una hermosa melodía medieval en su guitarra, un solo introductorio de lo que prometía ser una balada amena y tranquilizadora, una canción que auspiciaría el retorno de la paz a la Avenida Principal. Por supuesto, toda está esperanza fue súbitamente pisoteada cuando comenzó a cantar el líder. Yo no me explico cómo este señor tiene el tupé de presentar esta canción como lo hizo. Mientras de fondo continuaba la hermosa melodía en guitarra, el cantante dijo lo siguiente.
Esta canción, niñitos, fue nuestro primer éxito en la radio. Disco de titanio del año 2004. ¡Vendimos diecisiete mil billones de copias! 
(Aplausos)
La compusimos una tarde, inspirados en algunas sonatas de Bach y en el Libro de la Adoración al Oscuro, o sea a Satán. Satán, niños, es el Señor de las Tinieblas, y los visita cada noche mientras duermen. 
(Llantos)
Pero bueno niños, esta canción habla sobre lo que vendrá después de la muerte. El fuego eterno, la tortura perdurable. Esta canción es... ¡El infierno que nos espera a todos!

Nuestra muerte ocurrirá
en cualquier momento
los cuerpos se pudrirán
tras algún tormento.

Una bala en la cabeza
sobredosis de heroína
cirrosis por la cerveza
o un infarto en pleno día...

Fueeeeegoooo eternoooo
abrazados arderemos
del dolor de las heridas
ya nunca descansaremos

Lucifer vendrá
con su tridente incandescente
y nos penetrará
y nos romperá los dientes.

Que volverán a crecer
y nos romperá otra vez
y volverán a crecer
y nos romperá otra vez (bis)

 Fueeeeegoooo eternoooo
abrazados arderemos
del dolor de las heridas
nunca jamás descansaremos.

Niños consumidos
alumbrando el terror
de un paraje desolado
de fuego y desolación.

En nuestro ano insertará
de mil voltios un enchufe
y a todos nos rociará
con kerosene y con azufre

Imagina el terror
de arder eternamente
y la electricidad
volviéndote demente.

¡Vamos todossss!

Fueeeeegoooo eternoooo
abrazados arderemos
del dolor de las heridas
ya nunca descansaremos

Llegado este punto, muchos niños habían ya ingresado en estado de shock, y temblaban en el piso, sus boquitas rosadas supurando espuma blanca, sus piernitas contorsionadas de formas antinaturales. Aquellos que a pesar de los pollitos y de la última, horrible canción, conservaban algo de lucidez, no paraban de llorar. Se frotaban el cuerpo intentando apagar llamas imaginarias, y soplaban desconsolados sus bracitos invisiblemente incendiados, gritando «Quema, mami, quema». Las madres intentábamos por todos los medios desconectar los amplificadores de la banda pero no lo logramos, y el señor-placard que trabaja como seguridad de ustedes tuvo el coraje de empujar a varias de las señoras que no hacían más que rogarle a gritos que enmudeciera esa inconcebible inmundicia de música. Finalmente mi marido le tiró una botella de cerveza al cantante con tan buena puntería que se la puso en el medio de los ojos, y el metalerito diabólico cayó en seco, duro, a pesar de lo cual el guitarrista, compenetrado en la música y con los ojos cerrados, siguió tocando la melodía medieval, y el trío de coristas pelilargo continuó cantando el estribillo (Fuego eterno / abrazados arderemos...). Hizo falta que llegara la ambulancia y la policía para que la banda finalmente detuviera esa blasfemia, pero viendo los resultados del botellazo y de la intervención de la fuerza policial, el baterista, antes de abandonar el escenario, y como punto final de lo que es sin duda un trauma que quedará arraigado en la psique de estos pobres pequeños, gritó: «¡Recuerden niños! Todos los que han escuchado esta canción arderán eternamente. ¡No hay escapatoria! ¡WOOOOO!». Resonaron los gritos histéricos de un centenar de niños que habían asimilado, en el transcurso de una canción, no solamente la noción de muerte sino también el concepto de eternidad, de dolor imparable y de castigo irrazonable e inevitable.

Espero que esta carta les meta algo de razón en esas cabezas melenudas, y que entiendan que no los queremos ver nunca más en ningún acto público, ya sea del día del niño, de víspera de navidad o en la inauguración de un centro de jubilados. De hacerlo, vengan preparados para la tormenta de objetos contundentes que descenderá sobre ustedes.

Atentamente,

Juliana Funes de Sotello. 

P.D: en caso de enviar respuesta, por favor confirmarnos que el cantante sigue con vida.


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