En dos o tres años jurarás bandera.

miércoles, 13 de abril de 2011 |

Todo esto sucede en mi mente mientras mi cuerpo visible, es decir  lo que de mí ve el resto de inmigrantes en la sala de espera y los funcionarios en la fila de mesas numeradas, se mantiene sentado en postura recta y tensa, con los ojos parpadeando con bajísima frecuencia, un parpadeo cada 15 o 20 segundos, y respirando superficialmente, inspiraciones cortas y expiraciones que suenan como pfssssss y ahí nomás otra inspiración, todo esto sucede en mi mente mientras en la sala de espera del Registro Civil se terminan de ocupar todas las sillas pero sigue subiendo gente que viene a pedir la ciudadanía y tiene que quedarse esperando de pie, abanicándose con sus certificados de empadronamiento o sus fotocopias de su tarjeta de residencia, y cada vez más colores de piel y de ropa, gente que yo mentalmente clasifico como «de oriente» viene con ropa multicolor donde abundan tonalidades de rosa y amarillo, una mujer con un tercer ojo de color púrpura se sienta al lado mío con un niño en brazos que le pregunta algo en un idioma que mi ignorancia cataloga mentalmente como «indio» y la madre le responde algo que parece sonar así: «jalabalopa s’ggggh’andabalá» ante lo cual el niño reacciona con una sonora carcajada que se corta de golpe cuando el tablero que cuelga en lo alto de la pared oeste de la sala de espera emite un sonido ¡BERP! y anuncia un nuevo número, el N049, que aparentemente pertenece a un joven asiático que se levanta contento y llevando un maletín lleno de papeles y de dirige a la mesa que le toca, donde un funcionario lo espera de pie, le estrecha la mano sonriéndole y le dice «muy bien, ¿ha traído todo?».
Todo esto sucede en mi mente: yo llego al Registro Civil y llevo conmigo una ametralladora AK-47 y ametrallo a todos los funcionarios. Llevo una mochila con más armas –pistolas, granadas, cuchillos, bazookas– que reparto entre los otros inmigrantes de la sala de espera. Mi propio entusiasmo homicida se contagia entre los inmigrantes que, en varias lenguas distintas que mi mente cataloga como «de oriente, de occidente, asiática, inglés» gritan al unísono el equivalente de su idioma a la frase ¡AL ATAQUE! y acometen todos contra la fila de escritorios numerados y ametrallan, pistolean, bazookean, granadean o apuñalan a los funcionarios pálidos y estáticos de terror o que intentan protegerse con formularios de solicitud de nacionalidad o con las pantallas planas de sus computadoras. Todos gritan –inmigrantes y funcionarios– y mientras ocurre lo que se dice un baño de sangre. Uno de los inmigrantes, un anciano con marcados rasgos aborígenes latinoamericanos (mi mente lo cataloga como «boliviano o peruano», debido a la «nariz aguileña») salta y se cuelga del panel electrónico que anuncia los números de cada turno y lo arranca de la pared bañándose de chispas fugaces y le arroja el panel electrónico a un funcionario que había logrado escapar del ataque. El funcionario cae desnucado por el cartel que suena una última vez anunciando el N050 que coincide con el anuncio del panel intacto que anuncia el N050 en la vida real, mientras en mi mente los inmigrantes seguimos masacrando a los funcionarios y destrozando archivos y quemando todo y yo consigo abrir un armario bajo llave lleno de pasaportes españoles en blanco, es decir sin rellenar, y me manufacturo ahí mismo un pasaporte con el nombre LE LUC LAROUSSE y una foto mía usando ray bans y antes de laminar la página con mi foto con ray bans dibujo en la fotografía, con una microfibra negra, dos pequeños bigotes alla Dalí y me meto mi flamante pasaporte nuevo en el bolsillo. En la vida real yo sigo sentado en una recta postura y respirando superficialmente. El panel electrónico anuncia el número N051 y el reloj informa que han pasado unos diez minutos entre número y número y yo vuelvo a mirar en la vida real qué numero tengo: el N032, es decir que tengo que dar toda la vuelta, a razón de 10 minutos por número, hasta llegar al N032, con lo cual un rápido cálculo mental me informa que no me van a atender EN LA PUTA VIDA y suspiro y en mi mente sostengo la cabeza del funcionario que en la vida real atiende al peruano o boliviano N051 y estrello la cabeza del funcionario contra la pantalla de la computadora mientras le grito «¿Ves el padrón? ¿Ahí lo ves mejor, seismesino de mierda?» y el funcionario, sangrando y escupiendo vidrio de la pantalla intenta explicarme que como resultado del choque entre su cara y el monitor, éste último se ha roto y por tanto no puede ver el padrón que hasta entonces figuraba, pero no puede explicar todo esto de manera fluida porque ahora yo le estoy abrochando al lóbulo de la oreja un formulario de solicitud de nacionalidad y una Vida Laboral de un tal Ecuménico Alcides que lo obliga a prorrumpir en histéricos gritos de dolor y en la vida real llaman al N052 pero nadie se levanta y luego llaman al N053 y se levanta, gracias al Santísimo Señor, un señor de etnia incierta que estaba sentado al lado mío y que despide un olor idéntico al que debe emanar un kilo de cebollas cortadas por la mitad  y en mi mente ahora estoy de pie sobre un escritorio con una ametralladora de esas que por los costados le cuelgan las tiras de balas, y disparo sin fijar ningún blanco, con un movimiento pendular horizontal como el que se usa en las películas cuando hay una fila de hombres en frente de uno y uno les dispara a todos y el hombre del kilo de cebollas en sus axilas regresa, en la vida real, y se sienta de nuevo junto a mí y lo miro y me mira y me sonríe y me explica que tiene que «esperar momento (sic) y después entrar de nuevo»  y en mi mente yo pierdo la empatía que hasta ahora sentía hacia mis compañeros inmigrantes y busco al N053 que está apuñalando en el pecho a una funcionaria y le disparo en la cabeza con mi ametralladora y en la vida real llaman al N055 saltándose el N054 y el N054, un señor con bastante masa corporal, se levanta y protesta gritando «¡SE HAN PASADO DE MI NÚMERO! ¡EL 54, NO LLAMÓ AL 54!» y el guardia de seguridad se aproxima y le solicita al N054 que se calme, que debe haber un error, y el N055, una chica rubia con un vestido de verano, empieza su trámite de ciudadanía en el escritorio 17 y el N054 le grita que no, que le toca a él, y el panel electrónico llama al N056 que no recibe respuesta y luego salta al N060 y 4 personas de distinta etnia y lengua gritan en su propio idioma una propuesta ininteligible y agitan el puño hacia el panel electrónico. El guardia de seguridad se distrae un momento y el señor de abundante masa corporal que tiene el número N054 aprovecha para abalanzarse sobre el escritorio donde la chica rubia N055 está disponiendo su Vida Laboral y su Certificado de Empadronamiento y el N054 salta sobre la chica / escritorio / funcionario creando lo que sin exageración puede describirse como un desastre y en las 4 personas que el tablero se ha saltado –N057, N058, N059–  parece brotar un odio reprimido, un instinto asesino capado que ahora resurge con toda la fuerza de un tigre encerrado y se unen al señor de abundante masa corporal y lo ayudan a levantarse y el N058, un asiático con evidente talento para las artes marciales, se eleva en el aire en una línea de vuelo paralela al suelo y le encaja una hermosísima patada voladora al funcionario que atiende a la chica rubia y le saca dos dientes que el funcionario escupe sobre la Vida Laboral de la chica rubia y el señor de abundante masa corporal señala al funcionario y le ordena ser atendido ya mismo y a la demanda se suman los otros Ns que el tablero ha ignorado y en mi mente ahora pasa más o menos lo mismo que en la realidad, excepto que en la realidad yo todavía estoy sentado observando el panel electrónico que confirma su malfuncionamiento llamando en el orden especificado al N031, N111, N112 Y N032, número cuya coincidencia con el que sostengo verifico y procedo a ir a la mesa correspondiente, la 7, donde una mujer estira el cuello para ver la protesta que se da en el escritorio 17 donde a los cinco ignorados se suman el centenar que el panel electrónico ha esquivado de golpe  y yo saludo a la funcionaria del escritorio 7, una mujer de unos ochocientos cincuenta años con anteojos que le cuelgan sobre unas tetas que a su vez cuelgan sobre lo que calculo es la posición de su ombligo arrugado, una mujer que me sonríe como le debe haber sonreído a cada inmigrante cuyo tramite de ciudadanía inició o rechazó en los, no sé, trescientos años que parece llevar como funcionaria, y le estrecho la mano y le digo «buenos días, por trámite de ciudadanía» y ella me dice que tome asiento y que le entregue el número de turno y la tarjeta de residencia y yo en mi mente estoy por cortarle los párpados con una navaja o estirarle las flácidas tetas para probar su elasticidad pero decido que mejor me concentro porque hace un año y meses que espero este turno y no vaya a ser que por distraerme asesinando mentalmente a funcionarios me confunda y llene o entregue algo que no corresponda y se retrase todavía más esta odisea burocrática que es perseguir la ciudadanía europea y ella me dice «¿antecedentes penales?» y yo le entrego mi certificado de antecedentes penales donde consta que estoy limpio como un guante de látex en cuanto a crímenes cometidos y que confirma que estoy sano mentalmente y puedo vivir una vida plena y saludable como ciudadano del estado español miembro de la Unión Europea. Ella me pide varios papeles más (Nóminas, contrato de trabajo, certificado de empadronamiento, vida laboral, NIE, Pasaporte, todo original, fotocopia compulsada o apostillada, etcétera) que oportunamente extraigo de mi prolijísima carpeta y le alcanzo sin dejar de sonreír y ella al final me dice «OK, en unos meses te entrevista la policía y en dos o tres años jurarás bandera» y yo le digo PER-DÓN y ella, interpretando que mi interjección es resultado de no saber qué es jurar bandera, me explica con suma pedagogía y condescendencia en qué consiste jurar bandera y yo le digo que no, que mi PER-DÓN es porque el plazo que me ha dado me parece desubicadamente prolongado e inimaginable, dos o tres años es una abstracción de la que no soy capaz, le digo, si me dice un año bueno, puedo esperar, ¿año y medio?, OK, me armo de paciencia y me como un chicle, pero dos o tres años –nótese la conjunción «o» como si el año de margen de error fuera inapreciable– es algo que no puedo proyectar mentalmente y me pierdo en un abismo y ella me dice «pues es lo que hay» y yo en mi mente estoy metiéndole los lápices HB que tiene en el lapicero uno en cada oreja y removiendo su “cerebro” y en la vida real sonrío y digo «muy bien, ¿algo más?» y ella sonríe y dice «nada más, caballero, puede irse» con un nivel tan elevado de condescendencia que me siento un chimpancé al que hace poco le han enseñado a hacer trámites y tengo que apretar los puños para no tirarla al suelo así sentada como está y bailar la polka sobre su cara.
En el escritorio 17 todavía discuten un puñado de inmigrantes vs. un puñado de funcionarios; el tablero sigue llamando números al azar pero nadie le presta atención y finalmente el señor de abultado sobre peso grita algo incoherente, se saca el zapato y lo arroja hacia el panel electrónico, que se rompe.
Yo bajo en ascensor, saludo al guardia que controla el detector de metales en la entrada del Registro Civil y salgo a la primavera barcelonesa que parece un mundo aparte, independiente de su RC. Mi cuerpo camina hacia el metro y en mi mente yo limpio y guardo las armas, todavía arriba en la sala de espera, despidiéndome de los compañeros inmigrantes que ayudaron en la revuelta, y luego bajo y me uno a mi cuerpo y camino, sincronizado nuevamente, y suspiro como suspiran los que acaban de sacarse un enorme peso de encima.

2 Comentarios:

Tomás dijo...

LE LUC LAROUSSE
S U B L I M E

Oscar W dijo...

Qué lindo cuando pasa al revés: mente en blanco y cuerpo...

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