Exitoso condicionamiento pavloviano de Hokichi kun.

martes, 17 de mayo de 2011 |

Soy una persona marcadamente cosmopolita y políglota –lo que usted quizás llamaría un ciudadano del mundo– y decidí, hace un tiempo, aprovechar esta condición única en mí y dar clases particulares de idiomas. Si está usted interesado, puede contactarme y solicitar clases de francés, inglés, castellano, ruso, polaco, zulú-marroquí y un extinto dialecto derivado del egipcio-aragonés denominado jarabundú, consistente en un único término, abúbutu, cuya significación depende de las inflexiones ejecutadas al pronunciarlo y de un complicado lenguaje gestual de la cara y la mano derecha que funciona incluso si no se dice el término ‘abúbutu’

Sin embargo, mi condición de ciudadano del mundo y de tremendo tremendo poliglotismo es consecuencia directa no de una vida nómada ni de un estudio en profundidad de las diversas maneras que la Humanidad ha encontrado para expresar sus emociones y categorizar el mundo y hacerlo entendible, sino del arduo entrenamiento que recibí de la CIA para plantar, alrededor de todo el mundo, pequeños soldaditos programados para que a la menor señal se inmolen, los pequeños soldaditos, dentro o en las proximidades de objetivos designados y, de esta manera, someter al mundo a nuestra tiranía y liderazgo natural, que nos ha sido concedido por el mismísimo Señor Dios Creador de Todas las Cosas a través de George Washington, quien fue, también, entrenado por la CIA en el mismo programa que yo.

Entonces, a la vez que enseñaba a mis niños los misterios y placeres de fonéticas lejanas y exóticas, de vocablos que permiten significar abstracciones ajenas a su lengua natal, mientras les transmito el saber milenario y tácito de cada idioma, los programaba pavlovianamente para que, ante una señal que sólo ellos entendían, procedían a fabricar explosivos caseros y a inmolarse dentro o en las proximidades de objetivos también designados en el proceso de condicionamiento.

A continuación, la explicación de un condicionamiento clásico a través de un ejemplo. Supongamos que usted quiere que su pareja baile tap cada vez que usted estornuda frente a ella. Como estímulo natural usted pondrá una canción clásica de tap, por ejemplo My heart goes clackity wackity clack, de Martha Stewardson. Su pareja, predeciblemente, bailará. Simultáneamente al momento en que usted presione play y suena My heart goes clackity wackity clack, usted estornuda sonoramente. Si todo va bien, con el tiempo usted podrá suprimir el estímulo natural y, con un simple estornudo, provocar en su pareja el irreprimible impulso de bailar tap.

Ahora, ejemplo de condicionamiento para inmolación aplicado a Hokichi kun. 
Una temporada enseñé ruso a un pequeño niño japonés de las afueras de Tokyo. Hokichi kun tenía ocho años. Lo visitaba dos veces por semana y cada visita constaba de dos horas de clase, con un descanso en medio para que Hokichi tomara su merienda y viera sus dibujos animados, Kiukiro el Dragón. Durante el descanso de las clases, condicionaba a Hokichi. El proceso carecía de sutileza y habría despertado sospechas si algún adulto hubiera sido testigo de las clases, pero el padre de Hokichi se fue cuando Hokichi era un bebé, y su madre trajaba todo el día en una fábrica de ropa interior Aloha Kitty, una derivación hawaiana no oficial de productos Hello Kitty®. Por tanto, teníamos la casa para nosotros solos.
Primero identifiqué los placeres de satisfacción inmediata de Hokichi, para usarlos como refuerzos positivos: los caramelos con sabor a ramen. Luego, la parte más difícil: lograr que Hokichi desee estallar cosas y asociar este impulso con un estímulo de fácil inducción para que, ausente el estímulo natural, el estímulo secundario active el impulso condicionado deseado (la inmolación) y nadie resulte acusado o sospechoso. Hokichi kun era un aficionado a la pirotecnia de fabricación casera (por eso fue elegido por la CIA para el Programa de Niños Inmolados (PNI)) y, como ya observamos antes, era virtualmente adicto a los caramelos con sabor a ramen. El proceso de condicionamiento que diseñé consistía en lo siguiente:
Cada vez que Hokichi resolvía correctamente un ejercicio de gramática rusa, lo celebrábamos con la fabricación y detonación de pirotecnia variada. Antes de cada detonación, le propuse a Hokichi que gritáramos la palabra ¡Grivotchka!, que en ruso significa el que duerme de día se desvela por las noches, y cuando Hokichi había encendido la mecha de los petardos le arrojaba un caramelo de ramen en su enorme y salivosa boca, como refuerzo positivo a su conducta.
Como ya dije, el proceso carecía de elegancia: cuando Hokichi estaba compenetrado viendo los dibujos japoneses, yo arrojaba un petardo en la habitación y, antes de que estallara, gritaba ¡Grivotchka! y le daba al muchacho un caramelo de ramen. Luego repetía el proceso, dándole un petardo para que él lo arrojara, y en el momento en que lo hacía gritaba también ¡Grivotchka!, y le daba otro caramelo de ramen. Si el niño fallaba en encender el explosivo, o se negaba, o lo hacía antes de la pronunciación del vocablo ruso, me veía obligado a inducirle un refuerzo negativo consistente en a) un caramelo de sabor a kumiru (mucosidad de gruya) o b) una patada en los dientes. El refuerzo negativo B era más efectivo, pero Hokichi ya no tenía dientes y su sumisión y perseverancia típicamente japonesa le habían llevado a casi dominar el ruso, lo cual me obligó a apresurar el proceso de condicionamiento, pues en breve mis clases se tornarían innecesarias.
¿Funcionó el condicionamiento mediante términos en ruso, caramelos y explosivos? Sí, por supuesto. Poco después, Hokichi alcanzó el nivel máximo de dominación oral y escrito de un idioma foráneo: ya pensaba en ruso. Asimismo, el último día de clases grité ¡Grivotchka! y Hokichi, de manera completamente refleja, corrió a mezclar pólvora y detonar un petardo.
Sólo restaba reemplazar su kit pirotécnico relativamente inofensivo por explosivos de alta potencia, como C4 o TNT. Luego, intervinimos la cadena televisiva que emite Kiukiro el Dragón y cuando el Pentágono nos dio la orden, proyectamos un capítulo apócrifo de la serie, modificado por nosotros para que el Kiukiro le gritara a su amo ¡Grivotchka!. Hokichi kun, creyendo detonar un petardo o quizás ni siquiera consciente de que respondía a un reflejo inducido por nosotros, hizo estallar 18 kilogramos de explosivos plásticos que demolieron todo el edificio donde el niño vivía y en cuyo piso diecisiete se alojaba el embajador de Nigeria en Japón, el blanco del PNI por razones que mi nivel de confidencialidad no me autorizaba a conocer y que nunca supe.

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