Somos todos unas nubes con forma de popolo1.

viernes, 20 de mayo de 2011 |


























1 Esto no es una novela ni es un cuento ni es un poema ni es un ensayo ni es una carta. Esto es una nota al pie de página, id est, un superíndice al final de una palabra o frase que remite a un breve texto, en cuerpo de letra menor, que puede ampliar la información o indicar la fuente de la palabra o frase al término de la cual se ubica el mencionado superíndice.
Usted ahora mismo cree que esta nota al pie le explicará qué es un popolo. Su esperanza, comprensiblemente, consiste en que a través del conocimiento de la naturaleza de un popolo, el título cobre instantáneamente sentido y pueda usted de esa manera entender el resto del texto. Pues bien, no. Proceda a quitarse esa idea de la cabeza. No hay resto del texto. No sé qué es un popolo. No tengo la más mínima idea. Al menos todavía. En otras palabras, un popolo, por el momento, es una palabra vacía de significado. Cuando haya decidido –¿o descubierto?– qué es un popolo, ampliaré esta nota, la reemplazaré por la explicación detallada de un popolo, o la eliminaré por innecesaria, pues entonces habrá debajo del título una obra maestra de la imaginación en forma de novela, de cuento, de poema, de ensayo o tal vez incluso de algo totalmente nuevo y revolucionario que modificará radicalmente el paradigma literario occidental, marcando al mismo tiempo el nacimiento de una nueva era de armonía y libertad. O quizás nunca llegue a la noción de popolo, nunca sepa qué es; tal vez no suceda nada y todo termine siendo nada más que esto que usted lee ahora: una insípida, irrelevante y completamente inútil nota al pie de un título que ni siquiera tiene resto del texto.
Todo es extremadamente complicado, y tengo mucho sueño.
Hace meses que estoy con esto, con esta nota al pie. Desde que llegó el popolo, en noviembre, vivo sumido en una especie de experiencia semipseudoextrasensorial. Como percibiendo un bulto deforme por el rabillo del ojo, una forma escurridiza que baila en el límite de mi visión periférica. Como intuyendo, con una mezcla de olfato del alma y de tercer ojo miope, que me encuentro a unos poquitos pasos de la consagración definitiva, de la Gran Obra, pero no. Como cuando se observa el sol de frente y se forman unas manchas blancas que sólo pueden verse cuando no se las mira directamente. Así, de esa misma manera, el popolo se mueve en las comisuras de mi realidad. Me atormenta con su sublimidad. Me guiña un ojo, sonríe malicioso, pero no llego nunca a verlo de frente, absorberle los detalles, contarle los dientes, olerlo, acariciarle el pelaje, enjaularlo y escribirlo.
Siete meses así. El popolo permanece, imperturbable, en esa parte inabarcable de mi mente donde está todo eso que aún no tiene palabras para saltar al papel. Me doy por vencido. Me resigno a convivir mentalmente con el popolo sin saber qué es, por qué vino y por qué todos somos nubes con su forma. Por ahora, y hasta que el azar o el popolo me concedan más detalles, esto es solamente esto: una nota al pie de un título que no tiene resto del texto. (Nota del autor)*


* Publicado originalmente en Dadá Mini #12.


4 Comentarios:

Vanbrugh dijo...

¿Cómo que "donde está todo eso que aún no tiene palabras para saltar al papel"? ¿Qué hace ahí el popolo? Si, precisamente, lo único que tiene es palabra -popolo- y lo primero que ha hecho con ella es saltar al papel...

Luc Varela dijo...

Tiene razón, pero el título es todo lo que sé (lo que me ha sido dado saber) sobre él... pero es como la punta de un iceberg de sublimidad que no consigo aprehender y, de esta manera, ganar el Nobel, ¿me entiende?

c. dijo...

AVISO
La palabra popolo no está en el Diccionario.

(compulsion DRAE)

Vanbrugh dijo...

Le entiendo, le entiendo. Pero no hubiera debido decir que el popolo permanece en la parte de su mente donde está todo lo que aún no tiene palabras, siendo como es el popolo, precisamente, nada más, de momento, que una palabra. Porque eso revela que tiene usted su mente muy desordenada, o, peor aún, ordenada con criterios confusos y contradictorios. En esa parte de su mente debe usted tener, por ejemplo, esa enorme ansia de escribir la palabra popolo que al parecer le posee, sentimiento por lo que se ve intensísimo e irresistible para el que, que yo sepa, no se ha encontrado aún una palabra que lo designe inequívocamente -¿"popoloansia"? ¿"popoloafán"?- ya que, ese sí, se trata de algo que no tiene aún palabras para saltar ni al papel ni a ningún otro lugar al que desee saltar, suponiendo que sea saltar lo que deseen hacer los fenómenos en ese estado, podríamos decir, de innombrabilidad. Pero si algo caracteriza al popolo, de momento, es precisamente, su nombrabilidad. Nada podemos hacer con él más que nombrarlo, de hecho. Saltar al papel, o a este sustituto virtual del papel en el que nos comunicamos, es todo lo que ha hecho ya el popolo repetidas veces, la única actividad efectiva que le conocemos. Podríamos incluso definirlo como algo de lo que lo único que nos consta es su indiscutible capacidad de saltar al papel, sirviéndose para ello, como de un paracaidas, de la palabra popolo que es la única forma aprehensible en la que se nos ha manifestado -sobre todo a usted, yo, la verdad, aún no tengo el gusto-, su sola pertenencia indiscutible. De manera que, de guardarlo usted en algún lugar de su mente -y debería plantearse si de veras quiere hacer tal cosa, y si no sería muy preferible deshacerse discretamente de él, depositándolo al amanecer en una papelera, por ejemplo, o invitándolo a visitar la tienda de una gasolinera mientras paga usted el servicio, para arrancar velozmente no bien lo vea entretenido con las chocolatinas o las gafas de sol- ese lugar debería ser aquel en que se amontonan todas las palabras que aún no designan nada -la palabra "palabra" es quizás inadecuada para ellas, se trata más bien de sonidos, o de signos de sonidos- o, si quiere ser más generoso, las palabras que designan algo que aún no sabemos lo que es; y que, en tanto lo averiguamos, o nos es revelado, entretienen sus ocios -y los suyos de usted, y los míos desde hace unos cuantos minutos- saltando incesantemente al papel, como gráciles corderillos que jugaran en la pradera, felizmente ignorantes aún de la suerte que el futuro pueda depararles.

(Lo del Nobel yo, de momento, no lo veo por ahí, la verdad. ¿Por qué no prueba usted mejor con el de la Paz, que parece que últimamente se lo dan a cualquiera?)

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