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Los distintos niveles de hostilidad y resentimiento que pobablan la blogósfera, y también el Mundillo Literario más tradicional de revistas literarias y editoriales, llevaron a Autor Inédito a un largo proceso de reflexión silenciosa y continua. En el bus, en clases, durante las horas de oficina, en el baño, antes de dormirse, en todo momento Autor Inédito reflexionaba sobre el futuro literario y sobre su propio futuro y sobre la posibilidad de fusionar ambos de alguna manera todavía imprecisa. La reflexión fue depurando las posibilidades, descartando algunas y añadiendo otras que antes parecían imposibles. Dos opciones finales lo miraron a la cara: retirarse, bajar los brazos, o salir al mundo.
Decidió salir al mundo.
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La Cordial Amistad no era fácil. Fue rechazado con distintos grados de sutileza, desde dudosas amabilidades como «suficiente charla por ahora, voy un rato afuera» hasta interrupciones más directas como «por favor déjeme de hablar.», quizás porque se translucía en su mirada una especie de desesperación por caer bien, o quizás porque muchas veces la conversación derivaba en temas muy trendy pero que a Autor Inédito le desagradaban o le interesaban muy poco (la música electrónica, las drogas: adquisición, precios y efectos; libros que acababan de salir y su repercusión en niveles extraliterarios –polémicas del autor con otros autores o con reseñadores que habían destrozado al libro en sus reviews, etcétera–, etcétera) o, quizás, porque Autor Inédito no estaba hecho para eso, no tenía lo que hace falta, eso que algunos llaman "don de gente". Era una persona incómoda, en el sentido que tiene el término inglés awkward. En los recitales de poesía y presentaciones de libros nunca sabía qué hacer. Si entraba en un círculo de asistentes y se metía en su conversación, no sabía dónde dejar los brazos, qué hacer con ellos. Metía las manos en los bolsillos, las sacaba, apoyaba su cuerpo en una pierna, en la otra, se arremangaba y volvía a estirar las mangas de su camisa, tosía. Ingresaba en debates con intervenciones completamente fuera de lugar que invocaban un silencio incómodo de hasta quince, veinte segundos, silencios que propiciaban la ingesta simultánea de vino por parte de todos los miembros del círculo y/o su disolución. A veces creía que alguien había dicho algo en broma y forzaba una carcajada que luego interrumpía al ver la seriedad y el reproche que había en la mirada de su interlocutor. Le costaba reconocer el límite de confianza en este tipo de tertulias y siempre terminaba dentro del terreno de lo indiscreto y lo desubicado. Los distintos niveles de hostilidad y resentimiento flotaban siempre en estos eventos y Autor Inédito parecía incapaz de decodificar las normas sociales que de ellos debía entender. En pocas palabras: no encajaba.
La Cordial Amistad, descubrió más adelante, se basaba justamente en una justa medida de hostilidad y afecto, una dosificación cuyo margen de error era mínimo. El exceso de hostilidad no era menos incorrecto que el exceso de afecto. Estrechar la mano de alguien era apropiado desde el punto de vista de la amistad cordial, pero palmear el hombro de alguien constituía un gesto de confianza inadmisible que generaba estupor y ojos grandes en el palmeado y los testigos.
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La constatación de que escribir no es suficiente para la consecución de ciertos fines extraliterarios como la forja de una imagen moderna o atractiva a un lector biográficamente influenciable (consumo de drogas, infancia difícil, alcoholismo, rebeldía, etcétera) o, por supuesto, la edificación de cordiales amistades, fue para Autor Inédito un desengaño de proporciones similares al conocimiento de la inexistencia de Papá Noel o El Ratón Pérez, y provocó en él el mismo sentimiento de ridiculez e ingenuidad. Porque lo cierto es que Autor Inédito era eso: un ingenuo, un inocente, un romántico incorregible que había elegido no ver que los distintos niveles de hostilidad y resentimiento que pueblan cada aspecto de la sociedad están también metidos en la literatura como actividad social pura y paradojicamente extraliteraria, es decir que en el momento en que uno decide salir al mundo con su escritura y abandonar la seguridad relativa que ofrece el recinto hermético de la imaginación y el diálogo interior se expone a la hostilidad y el resentimiento como reglas de un juego tácito y prácticamente inevitable, y debe por tanto estar armado, saber reconocerlo, plantear un estrategia y, a fin de cuentas, aceptar su propia hostilidad y su propio resentimiento. Sólo así se podrá cultivar la Cordial Amistad, que con suerte devendrá en amistades más profundas con algunos miembros del Mundillo –que no dejan de ser escritores y escritoras como él, inéditos o publicados, pero como él, con su misma Gran Pasión y su misma sumisión a la hostilidad y el resentimiento– y hasta saltar al papel y ser léido y entender que todo, todo lo demás, es artificio.
~ Fin de la primera parte ~
En la segunda parte de este relato se verá cómo Autor Inédito se enfrenta a la noción súbita de que las causas que él adjudica a su fracaso personal en el ingreso en el Mundillo Literario (básicamente, su incapacidad para sobrevivir en los distintos niveles de hostilidad y resentimiento) quizás no tengan nada que ver con las causas reales, a saber: la posibilidad de que Autor Inédito no tenga madera de escritor, o la posibilidad de que dominar un idioma, conocer la gramática y el léxico de una lengua y tener un excelente nivel de redacción no basten para hacer literatura, porque para hacer literatura puede incluso prescindirse de todo esto siempre que se tenga Algo Para Decir (Que el Lector Quiera Leer), o la posibilidad de que no exista una hostilidad y un resentimiento más que en él mismo y en los que, como él, se perciben a sí mismos como excluidos del Mundillo y proyectan sobre él sus propias emociones en una suerte de profecía autocumplida.
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