Nota: mis años en España han erosionado mi jerga coloquial pero mi, digamos, jerga soliloquial se mantiene intacta: es más que posible sorprenderme en el acto pronunciativo de una peninsularidad como "vaya gilipollas es este tío", pero eso es siempre una traducción directa del pensamiento prelocutivo "que pedazo de papaso es este guazo". Por tanto, lo que podría ser "El Cabrón" es, y ahora lo será para siempre, "el Culiadazo del Skype".
El culiadazo del Skype es un joven de unos 35-40 años. Bien vestido (traje, corbata), afeitado, un cutis perfecto que imita y humilla al culo de bebé más entalcado, exfoliado y untado en aloe vera que usted pueda imaginarse ahora mismo. Se sienta frente a mí en una de las más o menos 10 mesas que hay en la segunda planta de la Biblioteca Agustí Centelles, ubicada en la calle Urgell 145, Barcelona. La historia es real y por eso es relevante la ubicación. El Culiadazo del Skype enciende su MacBook. Se aclara la garganta y presiona LLAMAR. La musiquita ya clásica de una llamada en progreso suena en la hasta ahora tan silenciosa biblioteca que podía escuchar el silbidito de mi propio pecho, de mis bronquios semicerrado por el invierno recién llegado.
«Hola» dice una voz desde vaya a saber uno dónde, y el Culiadazo del Skype dice «Hola, Rafa, escuchame [la conjugación de los verbos me termina de confirmar la sospecha casi telepática de estar en presencia de un argentino (muy pero muy probablemente un porteño) que lleva mucho tiempo en España], estoy en la biblioteca, ¿tenés eso listo ya?» a lo que Rafa, desde vaya a saber uno qué lugar, responder «todavía no, Lucho, estoy a mil con lo de [fragmento ininteligible] pero apenas pueda te lo mando» y Lucho, el Culiadazo del Skype, responde elevando la voz: «Pero escuchame, negrito, quedamos en que lo tenías ayer, qué pasa con estas demoras, qué hago yo sin eso», y sigue un silencio en el que, al parecer, Rafa piensa excusas, y Lucho finalmente agrega: «yo sé que vas muy liado, viste, pero entendeme a mí» y Rafa se ríe porque Lucho acaba de usar el hispanismo "líado" en lugar de decir "ocupado" o "a mil" o "a full". «Dale, boludo, no te rías, ¿me lo tenés para esta tarde?» Rafa promete que para esa tarde Lucho lo tiene en su "inbox de entrada" [sic].
La población de la Biblioteca es de unos 15 o 20 ancianos que hojean los diarios con ojos vidriosos y manos que tiemblan. Algunos tosen. Y yo, que aprieto los puños y pienso en una playa desierta para que el odio que ahora mismo siento hacia el Culiadazo del Skype no se transluzca en mi mirada cuando le digo «hola, mirá, podés hablar un poquito más bajo, por lo menos, porque estoy haciendo un trabajo práctico y no me puedo concentrar». «Uy, negrito, disculpame, vieja, todo bien, posta, tenés razón, máquina, tengo que hacer un llamadito más y estoy, pero quedate tranqui, vos fumá que yo hablo bajito». Es evidente que me ha identificado como un compatriota suyo y, para demostrar o generar (no estoy seguro) una especie de empatía fraternal fundada sobre la vaga noción de una madre patria común, ha metido en su última frase todos los argentinismos que ha podido sacarse de la manga, lo cual ha calmado mi odio mediante su reemplazo por una especie de lástima desinteresada cuya quintaesencia podría formularse en el siguiente pensamiento: «pobre guazo».
La musiquita de llamando vuelve a sonar y del otro lado atiende una mujer que dice «¡Hola Lu!» Recuerde que Lucho no tiene auriculares y todo esto sale por los altavoces de su Mac. «Hola Cris, amor, qué tal todo», dice Lucho. «Ay, estás hermoso», grita Cris delatando simultáneamente una videoconferencia y una ceguera parcial. «Escuchame, negrita, hablé con Rafa recién, dice que me tiene eso listo por la tarde porque va muy liado. Si lo ves antes de tomar el vuelo pedile que me mande todo impreso y firmado con vos, así te traés eso y nos ahorramos el "mensa" [sic, probablemente abreviación de "mensajero"], ¿puede ser?» y Cris rezonga y dice «Ufa». Sí, leyó bien. Una mujer adulta y en posesión aparente de todas sus facultades cognoscitivas acaba de decir "Ufa" en una conversación transocéanica. «Ufa, Lu, me cae re mal Rafa» agrega Cris y el Culiadazo del Skype insiste: «dale, Cris, un favorcito y ya te volvés y no lo ves más», y Cris acepta: «Bueno, Lu» anteponiendo una condición: « pero decime te quiero.»
Lucho levanta la mirada del teclado y me ve. Yo lo miro y dejo que mi cara se relaje lo suficiente como para sugerir una sonrisa inminente, llena de condescendencia y burla: mi dulce venganza por sus «negrito» y su asquerosa soberbia, esa soberbia típica del salame que no se desombliga del mundo ni cruzando un océano y que encima, en su calidad de plaga moderada en estas tierras, porta el estandarte del Argentino Promedio que nos obliga, a los otros, a los que no somos (tan) engreídos, a aclarar unas cincuenta veces por año que no todos los argentinos somos fanfarrones, que los habemus humildes y ajenos a la creencia de ser dueños del mundo por tener buena carne o lindas minas o porque hace casi treinta años un inminente gordo pseudo revolucionario hizo un gol con la mano, con la posterior canonización del propio gordo y la adjudicación de una naturaleza paganamente divina.
Nos miramos. Yo sonrío un poquito más acentuadamente cuando veo que el Culiadazo del Skype se sonroja. Mis ojos se achican. Mi pecho ya no silba: la imbecilidad al descubierto es terapéutica. Cris, en medio del silencio, repite: «solamente acepto ir a verlo a Rafa si me decís que me querés. Dale Luchín, no seas tímido.»
Pasan otros dos segundos de tensión. Los ancianos, ahora de pulso firme y miradas atentas, han bajado los periódicos. Sus ojos convergen en el cuerpo tieso de Luchín. «Amor, es que estoy en la biblioteca… no es apropiado…» pero Cris no cede. Su crueldad es manifiesta, como también su aprovechamiento de la nueva ventaja que le dan los altavoces: «Luchín chuchín, dale, dale mi amoooor, dale gordito, decime "te quiero", dale, o chau Rafa, no te llevo nada, vamos, vamos, ¿quién es mi gordito timidón?, ¿quién es?, ¿quién?... ¡Lucho Pupucho, es!». A esta altura no necesito disimular nada. El Culiadazo del Skype cierra los ojos para evitar los míos, que ríen a carcajadas por encima de una boca que se muerde la lengua. Una anciana que parece rozar la senilidad aplaude detrás del Culiadazo y grita «Lucho Pupucho». El aplauso salta de viejo en viejo y antes de que Cris pueda reanudar su extorsión en la segunda planta ha comenzado el Festival Internacional de Aplausos de la Tercera Edad.
La cara de Lucho tiene un tono violáceo. Las venas de su frente sobresalen y a simple vista puede apreciarse cómo laten. Lucho Pupucho, el Culiadazo del Skype, cierra el MacBook y se dirige cabizbajo, con pasitos cortos y acelerados, a esperar el ascensor. Mucho después de que se ha ido, los viejitos siguen aplaudiendo, probablemente ni se acuerdan ya por qué. Un bibliotecario se acerca a ver qué pasa. Y en lugar de hacer el trabajo práctico, yo escribo esto.
→ Ahora quizás le interese leer sobre el culiadazo de UPS
3 Comentarios:
Espectacular!!!
Me voy a leer el del UPS.
Justicia Divina. Hay que mantenerse prudentemente alejado de las personas que dicen "negrito" a alguien a quien no conocen. Muy buen relato, boló.
@Dayana: muchas gracias!
@E.C: gracias también. Los que dicen negrito, aunque sea a alguien que sí conocen, suman siempre muchos puntos en mi escala de Qué Ganas De No Verte Nunca Más.