Modificaciones en las bolsas de la compra de los supermercados y las consecuencias que esto tiene en la vida diaria y en la sociedad. Un Trabajo Práctico de Lucas Varela.

sábado, 8 de diciembre de 2012 |


Introducción
En el siguiente trabajo práctico intentaré abordar el tema de las bolsas de plástico que dan en los supermercados y su influencia en las decisiones cotidianas de nosotros, es decir, de los humanos, que somos la única raza1 de entre todas las que pueblan este planeta –que son muchísimas, pero por nombrar algunas: perros, monos, arácnidos, bacilos, albatros, patos, murciélagos– que han desarrollado su inteligencia hasta el punto de decirse a sí mismos «Epa, me parece que tenemos que aflojar un poquito al uso y abuso de los materiales plásticos, no vaya a ser cosa que lleguemos a un punto tan alto de contaminación que nos terminemos asfixiando como esas pobres jirafas de los zoológicos que no distingue la comida de su envoltorio y cuando los niños desinformados o directamente crueles les arrojan bolsitas con comida para animales –por ejemplo maíz o frutos secos– las jirafas se comen todo, incluyendo la bolsa, y en algún punto del largo y oscuro trayecto que comunica la boca de la jirafa con el estómago de la jirafa, la bolsa de maíz o frutos secos se traba y no deja pasar nada para adentro ni para afuera de la jirafa, y el niño desinformado o cruel puede observar –con horror o con deleite, esto depende de si el niño es un ignorante o una basura de persona– cómo la jirafa comienza a toser incómoda, a doblar su cuello y retorcerse en el suelo, pateando al aire con sus desproporcionadamente delgadas patitas hasta que finalmente, después de un rato largo de agonía, aceptando ya su destino, la jirafa eleva sus vidriosos ojos al cielos y se va de este mundo sin saber la causa de su muerte».

Una cosa que nos separa a los humanos de las jirafas, además del pulgar opuesto, es la capacidad de distinguir los conceptos de continente y contenido. Esto puede parecer muy pero muy trivial hasta que nos topamos con historias como la de las jirafas que se asfixian con las bolsitas de plástico. La jirafa, en su cerebro primitivo y muy mal hecho, no tiene las sinapsis –así se llaman las conexiones entre las neuronas– suficientes para decir “momento, este cachorro de humano ha arrojádome un puñado de apetitosos frutos secos que están contenidos en una bolsa a) para nada apetitosa y b) altamente peligrosa para mi tracto digestivo”, y entonces cuando ve los frutos secos y esa película transparente que los envuelve, relaciona todo con todo y se manda la bolsa entera y tos, ojos vidriosos, etcétera. La capacidad de distinguir el continente del contenido tiene muchísimas aplicaciones prácticas, una de ellas es el erotismo, por ejemplo en los anuncios publicitarios de ropa interior o de desodorantes o de casi todo. 

Tipos de bolsas que dan los supermercados.
De esta manera, hace no más de cuatro o cinco años la raza humana parece haber llegado a un punto de detenerse y decirse «Tendríamos que bajar un poco los niveles de plástico» y una de las acciones inmediatas que se pusieron en práctica, por lo menos en el territorio español, donde vivo yo, fue la de reducir el uso y abuso de bolsas de la compra de dos maneras:
a) Cobrando las susodichas bolsas en precios que varían de acuerdo al supermercado, al tamaño de la bolsa y al material y gramaje de la misma. Por ejemplo, una bolsa “pequeña” y de “plástico del bueno”2 cuesta €0,05, mientras que a una bolsa “más bien grande” e “irrompible”3  se la lleva uno por €0,10.
Este punto reduce el uso del plástico porque la gente, al notar con no poco horror cómo se le van las moneditas en las "benditas bolsas de la compra"4, comienza a reutilizar las de visitas anteriores y de esta manera por cada reutilización podemos decir que hay una bolsa menos en El Afuera Del Supermercado, y una bolsa menos, multiplicada por millones de supermercados, salva, a mediano y largo plazo, la vida de incalculables jirafas.

b) Reemplazando las bolsas clásicas por otras eco-friendly5 que están hechas de almidón de patatas y que, a diferencia de las clásicas, no le dan problemas a la Madre Naturaleza a la hora de desintegrarse. Esto quiere decir que mientras que una bolsa de las clásicas le lleva a la Naturaleza unos diez o quince millones de años desintegrarla, una de las de almidón de patata te está tardando entre dos y tres meses, dependiendo del clima y de otros factores.
Este punto reduce la contaminación de una manera más directa. Es importante destacar que se puede combinar con el punto A, es decir, cobrar la bolsa eco-friendly, lo cual mejora más todavía la efectividad de todo el sistema.

Modificaciones de la rutina como consecuencia de los cambios en las bolsas de la compra.
Los efectos beneficiosos de estas modificaciones son, si bien todavía incalculables, indudablemente revolucionarios. Además de las jirafas, casi todas las razas que pueblan el planeta tierra carecen de la capacidad de distinguir el continente del contenido, y provoca bastante alegría pensar en todos los manatíes y las zebras que tendrán vidas plenas y completas gracias a la reutilización de las bolsas clásicas o al salto arriesgado pero definitivo a las de almidón de patata. ¡Cuántos bisontes habrán nacido hoy que podrán vivir hasta el final sus vidas y morir de la manera que les es natural: desangrándose lentamente tras el mordisco fatal de un león –que es el rey de la selva y come bisontes y otros animales– o muriendo de inanición por quebrarse una patita en algún traicionero barranco! 
Sin embargo, todo esto es a mediano y largo plazo, como ya dijimos antes. A corto plazo, el único efecto mesurable en la actualidad es la modificación de la rutina de las personas que hacen las compras en los supermercados de manera presencial6. En primer lugar, es evidente que para reutilizar una bolsa de la compra uno tiene que tenerla consigo en el momento de realizar la visita al supermercado. Por ende, uno tiene que tener planeada la compra de antemano o bien llevar siempre, en todo momento, en toda situación social una bolsa de la compra que haya tenido la precaución de no tirar. ¿Qué quiere decir esto? Que a la lista mental de cosas que uno tiene que llevar consigo antes de salir de su casa se ha añadido ahora un nuevo ítem: La Bolsa De La Compra (LBDLC). 
Y esto no es todo. Si, como yo, nuestro hipotético cliente calcula de antemano todas las posibles variables de una interacción social cualquiera –en este caso, la fase final de una compra en el supermercado– entonces sabrá que es posible que LBDC se pierda o sea olvidada o se ensucie o se rompa, y si, como yo, nuestro hipotético cliente se preocupa sobremanera por el sistema respiratorio de las jirafas y los manatíes, entonces otro ítem más se agrega a su lista mental: Moneditas Para Pagar Bolsas En El Super (MPPBEES). 
No hace falta indicar en este trabajo práctico que el mundo en el que vivimos hoy está bastante estresado y bastante acelerado y cada vez más al límite. Y con “mundo” no me refiero al planeta sino a sus habitantes –esto es una figura retórica que se llama prosopopeya, concretamente, personificación, porque el mundo no puede estar loco porque carece de psique, no es una imperfecta esfera (esto es un oxímoron) de roca y mucha agua flotando en el espacio– que están muy estresados y al límite y cuando a alguien que está al límite se le exige un poquito más, por ejemplo que se acuerde de salir de su casa con LBDC y/o con MPPBEES, entonces nos enfrentamos a la posibilidad de que esa persona sufra un total colapso nervioso que puede acabar medianamente mal –que esa persona muera o quede mal para toda su vida– o muy pero muy mal –que esa persona mate a mucha gente por encontrarse muy enajenada y fuera de control de sus acciones.
Puede acusárseme de exagerado, pero el tiempo me dará la razón, como probablemente dijo Nietzsche, a quién ahora mismo todos le están dando la razón en las Academias. Y así como ahora podemos decir con bastante certeza que Dios ha muerto y que N. tenía razón –y una de las pruebas del deceso de la divinidad es, por ejemplo, la cantidad de jirafas que mueren de asfixia cada día, porque si Dios estuviera vivo le alcanzaría con bajar Su Dedo Glorioso y agarrarle la oreja a la jirafa antes de que esta se incorpore la bolsita entera de maíz o frutos secos– así se dirá de mí que tenía razón con esto de empujar a la psicosis a las personas que ya van al límite. Y no falta mucho tiempo, porque yo ya estoy viendo las consecuencias. Así que voy a terminar este trabajo práctico con un ejemplo de las mismas características (o sea, práctico) basado en una historia real.

Ejemplo práctico.
Encontrábame yo en la cola del Mercadona de la calle Rocafort, en la ciudad de Barcelona, esperando pacientemente mi turno para pagar mis compras del día. Conviene aclarar que esto ocurrió hacia las ocho y media de la noche, es decir, al final de un día laboral. Delante de mí, un señor de unos 45 años, vestido de traje y corbata, cargaba sus productos en la cinta deslizadora de la caja registradora. Muchos productos. Lo que suele llamarse La Compra Del Mes. Tras pasar todos los productos y anunciar el total a pagar, la cajera hizo tres preguntas seguidas: «¿Paga en efectivo o con tarjeta? ¿Ticket de parking7? ¿Necesita bolsas?» El cliente, cuyo aspecto evidenciaba una rotunda fatiga tras un largo día de trabajo, dijo «Efectivo, No, Sí, por favor, varias». Lo que a la cajera  le faltó preguntar era qué tipo de bolsa quería el cliente, si la de almidón de patata o la clásica. En lugar de inquirir sobre esta cuestión, la cajera decidió darle cinco bolsas de las eco-friendly y el cambio en metálico.
Y ahora viene la parte del ejemplo que viene a justificar mi premonición sobre la psicosis general que se está viniendo si el tema de las bolsas no para: tras embolsar todo con ayuda de la cajera, el cliente se dispuso a retirarse del establecimiento –probablemente caminando, pues negó la posesión de un ticket de parking– pero no llegó a dar tres pasos que las bolsas eco-friendly, las de almidón de patata, las que en dos o tres meses son historia por obra y gracia de La Naturaleza, se desfondaron simultáneamente desperdigando todo su contenido a los pies del cliente. Muchos de los productos se limitaron a caer y quedarse ahí, por ejemplo los paquetes de fideos o las cajas de té, pero otros productos, cuyos continentes podemos decir que eran más frágiles, procedieron a romperse y liberar su contenido sobre los pies y la parte baja de los pantalones del cliente.
El tiempo se detuvo. Los clientes, la cajera y los otros empleados del Mercadona convergieron sus miradas en la salsa de tomate que se expandía muy lentamente, como el mercurio del Terminator que está hecho de mercurio, en la 2, la que Schwarzenegger es bueno, y todos los sonidos se apagaron. El cliente se volvió a mirarnos, sus ojos inyectados de sangre, su ira un aura visible alrededor de su figura, sus mejillas y sus manos temblando como presas de un levísimo parkinson. Tras un momento de silencio, el cliente dijo: «Me cago en tus bolsas de mierda, en la puta ecología de los cojones, en los pájaros y los árboles, me cago en la ecología y en la, en la, en la ecología de mierda [sic], me cago en tu, hijo de puta, con tu cara de gilipollas reprimiendo tu risa sardónica de mierda8, me cago en tu madre, en la madre de todos vosotros, y espero que se extingan los delfines mañana, y no me quedo en esperarlo, no, sino que voy a formar parte activa a partir de mañana para que eso ocurra, me voy a comprar una docena de arpones y voy a salir a cazar delfines con dos pares de cojones, me tenéis hartos los putos supermercados de mierda con las bolsas y su puta madre verde, joder, es que no puede ser, coño, no puede ser», momento en el cual pareció que el cliente recobraba su compostura pero bastó con que redescubriera sus piernas llenas de tomate y néctar de piña y melocotón para que su ira renaciera, digamos, y volvió a mirarnos a todos y dijo «me cago en el jingle de mierda del puto Mercadona, me cago en vuestras marcas blancas y en las otras también, tú, imbécil, ríete en mi cara si te vas a reír, cabrón»9 y después pateó todo lo que había en el suelo y agarró un vidrio de la botella de salsa de tomate y lo tiró contra la pared y se fue.

Conclusión.
Es importante aclarar que la intención de este trabajo es introducir o presentar de manera general y superficial la modificación radical que significa sobre el tejido social la inserción de una nueva manera de embalar los productos que uno adquiere en los supermercados. Más aún, es importante ver el impacto que tiene en la recepción pública de esta modificación las causas que propician el cambio: el cuidado del medioambiente y la protección de las jirafas. Considero que estas razones son más que suficientes para justificar los malentedidos y los accidentes como el del ejemplo antecitado, pero creo también que en una sociedad al límite los cambios deben ser posteriores a estudios sociales en profundidad que puedan prever, por ejemplo, cómo reaccionará un ciudadano muy pero muy cansado y al final de su día ante una rotura de su/s bolsa/s. Es importante mejorar la calidad de vida en el planeta, pero es importante también mejorar la calidad de las bolsas eco-friendly de almidón de patata. Como dijo Nietzsche: 
“Armada con el látigo de sus silogismos, la dialéctica optimista arroja a la música de la tragedia, es decir, destruye la esencia misma de la tragedia, esencia que no puede ser interpretada sino como una manifestación y una objetivación de los estados dionisíacos”10



1. Está bien dicho decir `raza` y no es racista porque me estoy refiriendo a toda la humanidad y no a una parte, por ejemplo si dijera la raza negra o la raza mexicana o la raza obesa sería muy pero muy racista, además de inexacto porque en un caso debería decir ‘etnia’, que sí está bien dicho, y en otro caso, por ejemplo en los obesos, es simplemente una categoría basada en la cantidad de espacio que ocupa la gente, digamos, y no tiene nada que ver ni con la raza ni con la etnia, tiene que ver con los estándares de belleza o con problemas glandulares o con una mala dieta pero no es algo que uno pueda decir “la etnia de los gordos” o la “etnia de los rengos” o la “etnia de los que escriben con la mano derecha pero son zurdos jugando al fútbol.
2. Manel Fuentes, cajero del Mercadona, sucursal Rocafort (Barcelona).
3. Íbid.
4. Un cliente, una vez, en el Caprabo.
5. Amigables con el medio ambiente.
6. Los que hacen la compra por internet no suelen tener opción de reutilizar bolsas y entonces los cambios en el sistema les son ajenos a su rutina, y por tanto irrelevantes para el presente trabajo práctico.
7. El ticket de parking es un comprobante que te dan en el estacionamiento sub o soterráneo de algunos mercadonas y que es imprescindible pasar por caja para poder sacar el automóvil del estacionamiento. Este sistema busca auyentar a aquellos que, sin ser clientes del supermercado, utilizan las plazas de aparcamiento y se quedan tan satisfechos en su rufiandad.
8. Esto me lo dijo a mí.
9. Esto no me lo dijo a mí.
10. El origen de la tragedia, p. 119 de la edición que tengo yo. Austral, una con tapa verde.

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