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Quien haya tenido el indecidible placer de volar en la más low de las aerolíneas low-cost, a saber: Ryanair, sabrá imaginar mi no poca sorpresa cuando –segundos después de conseguir ubicar mi equipaje de mano y sentarme y abrocharme el cinturón de seguridad y suspirar sonoramente como gesto de preparación para 2 horitas en una silla que si se viera sometida a las transgresoras manos de Duchamp, si se viera arrancada del avión y colocada en un museo, el título de la obra de arte resultante sería La Incomodidad Abusa, así de dolorosa es la experiencia de viajar en una silla de Ryanair– vi subir al avión y entregar su pasaje a la azafata a nada más y nada menos y nada nada más y nada nada menos que Paris Hilton, la única, inigualable, inimitable y nunca lo suficientemente millonaria Paris Elizabeth Hilton, conductora de realities, rostro de fragancias, derrochadora de dinero y protagonista de uno de los blowjobs amateurs más famosos de toda la Historia del los Videos Prohibidos y de toda la Historia de los Blowjobs etcétera, sí sí sí, ella, Paris, Paris Hilton voló conmigo en Ryanair, en un vuelo Barcelona-Budapest, en un vuelo de 40 euros I-V. (Ida-Vuelta), en un vuelo donde en el transcurso de no más de dos horas la aerolínea se encargó de ofrecernos de todo, con avisos por altavoz que lo aproximan a uno a estados cardíacos que rozan el infarto, con azafatas que, conscientes de lo poco que ha pagado uno por trasladarse aereamente de un lado a otro de Europa, lo tratan como si fuera poco menos que una hez recién hecha, quizás todavía humeante, y ahí está ella, ahí está Paris, con un bolso de mano donde no entra nada más que un pintalabios y su smartphone, probablemente sus dos utensilios más usados a lo largo del día, el lápiz labial para retocar el rojo furioso que se desprende de su boca y el smartphone para twittear, por ejemplo, «Budapest! So excited!», Paris camina por el pasillo buscando un asiento donde sentarse, esquivando a la gente de pie que se aprieta contra los asientos e intenta encajar su equipaje de mano extremadamente por encima de las medidas máximas que permite la aerolínea, Paris se acerca y me mira y señala el asiento junto al mío y dice «Is it free? ¿Es libre? [sic]» y yo logro tragar el cubito de hielo que parece ser mi saliva y digo «shes, shes, por favor, chair is for you, París», sintiéndome una mezcla de galán y disléxico, pero ella sonríe ante la pronunciación castellana de su nombre y parece enternecerse de la intimidación que genera en mí, y toma asiento pasando sus raquíticas nalgas frente a mi rostro, cegándome con los aprox. tres billones de lentejuelas de su vestido. Ya sentada, se abrocha el cinturón y observa por la ventanilla un momento, luego la cierra bajando esa tapa de plástico que traen las ventanas de avión y twittea algo. Me apresuro a abrir mi propia cuenta de Twitter, actualizo el timeline y leo su tweet: "I’m on board next to this cute spaniard. Bye Barcelona! xoxo".
Paris, Paris, si supieras que no soy español, que soy tan solo un inmigrante lejos de su tierra, un orgulloso consumidor de yerba mate, miembro de ese triángulo escaleno que otros llaman Argentina, si supieras que desde ese lugar remoto y ajeno a tus ojos de MTV yo te sigo desde hace tiempo, mucho antes de tu blowjob, mucho antes de tu desigual fama yo ya te buscaba en Google, ya imprimía tus fotos descargadas desde una conexión dial-up esperando pacientemente que se cumplieran los segundos eternos hasta que los deliciosos píxeles de tus piernas se completaban en JPGs que me apresuraba a guardar en una subsubsubsubsubsubsubsubsubcarpeta escondidísima en la computadora familiar, Paris, porque era vergonzoso idolatrarte, en Argentina, donde yo ya te deseaba buenas noches en un susurro al techo antes de dormirme, ya te amaba, Paris, eso es lo que estoy tratando de decirte, Paris, ya era tuyo mi corazón, y no te alcanzaría el crédito de tu American Express Golden Plainum Extremely Large Gigantic Amount of Money to Spend para pagar la primera cuota del amor que te tengo, la devoción por tu delgado cuerpo de Barbie, por esos labios y esa nariz y esos ojos quizás un poco demasiado juntos, no te alcanzaría la herencia de todos tus antepasados para comprar la bala del calibre suficiente como para detener el latido de mi corazón, mi sístole que grita ¡Pa! y mi diástole que remata con un ¡Ris!, sí, Paris, Paris, ay Paris, cuando vi el tweet y vi que era un cute spaniard para vos me fallaron las piernas, me falló el equilibrio y a duras penas pude reprimir el impulso de alejar tu rostro de la Blackberry y besarte como nunca te han besado antes, borrar con mis labios cualquier duda que puedas tener sobre lo genuino de mi amor, ajeno a tus cuentas o a tu habilidad para las felaciones, ajeno a las tapas de revista o a lo que puedan decir de ti, oh mi dulce, dulce Paris, oh mi querida, queri...
—Señorita, vamos a despegar, necesito que levante la cubierta de su ventanilla.
—No habla españolo [sic]
Sin mediar palabras, me inclino sobre ella y descubro su ventanilla. La miro a los ojos, la miro a cinco centímetros de sus labios, la boca entreabierta, la rosada y palpitante lengua, y vuelvo a mi asiento temblando, Paris, mi Paris, mi dulce Paris, mi reino por un beso tuyo, el universo por una noche con vos.
—Oh, grac-cias [sic] señor.
—You are welcome Paris. It my pleasure. —Me alegra notar que mi inglés de a poco se desoxida.
Paris me pregunta el nombre.
—Lucas.
—Nice.
—Thanks, I like “Paris”, nice name, beautiful city for beautiful grill [sic] —le digo al tiempo que me despido de mi dignidad, que se baja del avión.
—L-O-L.
(Literalmente dice L-O-L, spelleando cada letra, el ou el, o sea, cuando Paris se ríe no lanza una carcajada que podríamos onomatopeyar como “ja ja ja” o “ha ha ha” sino que pronuncia claramente L-O-L, el ou el.)
—Why laugh?
—You just said “grill”, that’s for... like, the BBQ, you know?, I think you meant “girl”.
— I like you, beautiful girl, Paris.
—That’s sweet.
—I really like you.
—Thanks!
—I’m your bigger fan.
—Haha, you mean biggest.
—Sorry.
—Don’t worry, your English is very good.
—You’re so beautiful, Paris.
—That’s so sweet of you, thanks.
—Paris?
—Yes?
—I’m not from Spain.
—Ok?
—I read your tweet, I’m not from Spain, I’m from Argentina. I am follower. In twitter. And in life in general.
—That’s great! L-O-L.
Paris se sonroja, quizás porque acaba de darse cuenta de que sé que ella cree que soy cute. Me adelanto y le digo que la amo, se lo digo en español y se lo digo preso de los temblores propios de la pasión desenfrenada.
París sonríe visiblemente incómoda, mi dulce Paris, que me fusilen si de mí emanan las causas de un mal rato tuyo, y por eso sonrío e intento que mi cara adopte una expresión que indique que es todo una broma, que no la amo realmente, que es una broma, una imitación de un fan un poco psicópata para indicar justamente que no soy un enfermo psicópata sino simplemente un admirador dentro de los límites de la discreción y la decencia, Pari, jajaja, «voy al baño antes de que despeguemos, do you need anything from the ázafat?», lo cual obviamente despierta risas en la totalidad de la población aeroplana que ha oído mi pésimo inglés, pero claro, quién puede culparme de no saber que se dice ‘stewardess’, eso se aprende en los léxicos especializadísimos que estudia la gente que está en último año de filología inglesa o de traducción o que se está sacando el nivel, yo qué sé, “Very Very Advancing Business Certificate Of Oh My God You Know a Lot Of English Language Certificate”, y aún así Paris, por la conexión mental propia de los que están destinados a amarse, me entiende perfectamente y me dice “No, thanks” pero luego cambia de opinión y me detiene sosteniéndome suavemente el brazo y diciéndome «Or maybe some champagne?»
2
No hace falta señalar que quien viaja en Ryanair rara vez consume alimentos o bebidas del carrito que pasan las stewardess y los flight attendants porque los precios van en contra de la línea low cost que persiguen quienes se someten a un vuelo de Ryanair, o sea lo que quiero decir es que es un poco ridículo pagar 80 euros por un vuelo I-V. a París (la ciudad, no mi amada) y luego pagar 50 euros por una botellita de agua, ¿me explico?, ¿no es ridículo?, y teniendo en cuenta que si te cobran 50€ por un vasito de agua, vaya usted ahora e imagínese lo que te cobran en Ryanair por una botella de champagne. Solamente diré que hay varios ceros antes de la coma, y que te lo cobran al momento, y que la cara de la azafata, cuando, tras haber expelido líquidos en el diminuto baño, me aproximé a ella y le pregunté si sería posible que me acercara una botella de champagne y dos copas, su cara fue la de esas personas que saben que están viviendo algo que ocurre una vez cada mucho, mucho tiempo, quizás milenios, su cara fue como yo imagino que debe ser la cara de quienes vieron pasar al cometa Halley o estuvieron presentes el día que le volaron la cabeza a Kennedy o que estuvieron en Woodstock cuando tocó Hendrix, o la cara de Neil Armstrong cuando saltó del módulo, de sospecha radical de la realidad que la rodea, esa cara es la que puso hace unos momentos la azafata, estupefacta azafata, estúpefact ázafat, very very íncredul, y cuando finalmente compuso su expresión me dijo que ahora me lo llevaba y que nunca nadie en la historia de la aerolínea pidió champagne, y que hace tiempo que ya ni figura en la revistita de las tarifas del carrito de comidas y que sin embargo cada vuelo tiene siempre una botella correctamente refrigerada, y un cubo de hielos y dos copas de cristal, en un pequeño compartimento de donde la azafata saca ahora todos los elementos, el cubo, una bolsa de hielo que abre y vuelca dentro, unas pinzas para trasladar los cubitos de hielo del cubo a las copas y una botella de champagne de dos señores litros, y con su cabeza la azafata me hace señas de que camine, que ella me acompaña detrás hasta mi asiento, y yo no puedo sacarme de la cabeza el tamaño de la botella y lo que me va a costar, y mientras avanzo entre los asientos calculo mentalmente el efectivo que llevo encima y rezo a todas las divinidades para que me concedan el matematíco placer de poder invitar a Paris a una copa de champagne en Ryanair, pero al llegar al asiento noto con una mezcla de alivio y horror que Paris duerme apoyada en la ventana, sus ojos cubierto por un antifaz de leopardo (de leopardo auténtico, da toda la impresión) y entonces me vuelvo rápidamente hacia la azafata y le susurro «cancel for now» y luego caigo en la cuenta de que no hace falta decirlo en inglés y le digo «la dejamos para después, si te parece, pero gracias» y la azafata sonríe como te sonríen los que te odian mucho pero se va con el champagne y los accesorios.
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Después del show donde las stewardess explican cómo asegurarse el cinturón y cómo colocarse las máscaras de oxígeno en el improbable caso de una despresurización en plenos doce mil de altura, y te explican que el asiento flota por si el vuelo termina en el mar, y te explican dónde están las salidas y te indican que hay un folletito en el respaldo del asiento delantero donde el pasajero puede consultar las posiciones óptimas en caso de inminente choque contra el planeta, etcétera, después de ese show, cuando estamos ya volando, un bebé del gremio de la irritación se pone a llorar en un tono tan agudo que por momentos solamente los perros pueden escuchar y entonces Paris se despierta bostezando y me mira y me sonríe y me dice «last night was a long one!» y le respondo «Party, true?» y asiente con la cabeza y se despereza delicadamente, ráfagas de perfume asedian mi nariz, y me dice «So how about that champagne, Luke?» lo cual me mata casi literalmente de puro amor, de pura pasión, Paris me ha dicho Luke, mis más elaboradas fantasías jamás llegaron ni a acercarse a esta flamante intimidad que crece entre nosotros, en un vuelo que acabará en menos de una hora, y son tantas las prisas por satisfacer tu ansia de burbujas, Paris, que me levanto repentinamente del asiento que me devuelve con el tirón del cintúron olvidado, y sonrío, y lo desprendo y me salgo y le hago una seña a la azafata que se apresura a retirar el kit-champagne del compartimento, y se nos acerca, y nos sirve dos copas, todavía un poco estupefacta, incrédula de ser ella quien sirva la primera botella de champagne jamás servida en un vuelo de Ryanair, y nos deja solos, y con las copas en la mano Paris y yo nos miramos a los ojos, una sonrisa se dibuja en su cara, otra en la mía, y le digo «chin-chin, Paris, for what we...» pero no sé cómo se dice brindis o brindar, pero ella me entiende porque estamos destinados a amarnos, y dice «A toast to us, Luke», y yo hago la broma de entrelazar los brazos antes de llevarnos las copas a los labios, y no dejamos de mirarnos.
Una turbulencia sacude el avión y un poco de champagne se derrama sobre nosotros, y todavía enredados nos reímos como dos adolescentes. Algo flota en el ambiente, una dulce tensión, es el beso inminente, mi dulce dulce Paris, y mientras nos limpiamos como podemos con las mangas mi mano roza su pierna desnuda, y Paris me mira, un suave gemido se desprende de sus labios rojos, y me inclino hacia ella, y ella hacia mí, oh Paris, ¿en serio está por ocurrir esto?, que nadie se mueva, pienso mientras su boca se acerca, que las turbulencias del firmamento se alejen de nosotros, que en los próximos minutos Ryanair renuncie a vendernos algo por los altavoces de la muerte, que nadie venga ni moleste y que el bebé que antes lloró se duerma profundamente o que directamente se muera, si es lo que hace falta, porque nada me importa, sólo consumar este beso, y tus labios me rozan con la suavidad de una mariposa que te acaricia el pelo, pero luego con más violencia, y tu lengua roza la mía, y besas tan bien, Paris, tan bien.
Nos desprendemos del beso que queda como flotando entre nosotros y nos miramos y ella sonríe y el ocaso de nuestro breve amor comienza con el descenso del avión, con la luz de orden de ajustarse el cinturón que se enciende y con la azafata que indica a los pasajeros que hay que plegar las mesas y subir las ventanas y con otra azafata que pasa recogiendo la basura. Ve que hemos pedido champagne y pone la misma cara de Armstrong saltando del módulo o de asesinato de Kennedy, etcétera, y nos dice que ahora nos trae la cuenta, the check, y yo quiero sacar mi billetera del bolsillo pero Paris pone su mano sobre la mía y me dice «I got this» y me da otro beso, este en la mejilla, y le entrega a la azafata una tarjeta de crédito rosa, y nos devolvemos al abrazo, conscientes de la caducidad de nuestro romance, de nuestro vuelo, de nuestros cuerpos y de todo.
Cuando Paris Hilton vuela en Ryanair la única diferencia con el resto de los pasajeros es que al bajar del avión no se sube al autobús que te lleva a la zona de desembarque sino que la recoge una limusina rosa conducida por un hombre con la masa corporal de dos, y así es como se fue Paris de mi vida, dándome un último beso, susurrándome al oído "best flight ever" y alejándose hacia su limusina rosa, su vestido partiendo el sol húngaro en miríadas de destellos, asomando el brazo delgadito a través del vidrio polarizado con un último saludo que mis lágrimas borronean y ondulan.
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Un tweet de Paris, días después.
"Soy una hermosa parrilla LOL"
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