Cincuenta sombras de Onbulon Derbex (fragmento).

lunes, 6 de mayo de 2013 |


Fragmento del best-seller Cincuenta sombras de Onbulon Derbex, novela transgenérica de T.P. Jones con dosis equilibradas de erotismo y ciencia ficción que narra la historia de Tiffany Billboardingle, una joven porrista de Atlanta seducida por un ente cefalópodo del espacio sideral. Tiffany entabla con él una relación de sumisión y BDSM que la envuelve en un thriller sexual inolvidable y además después de eso ya nada será lo mismo para ninguno de los dos, porque nunca es lo mismo para alguien que ha tenido una relación emotiva e intensamente psicofísica con un ente cefalópodo del espacio sideral, eso te cambia mucho la manera de pensar y de ver las cosas y de ordenar las prioridades y el día a día, básicamente. 

Portada de Cincuenta sombras de Onbulon Derbex.
El de la foto es Onbulon.

Tiffany se quitó lentamente, muy lentamente, toda su ropa. Su anillo de compromiso le recordó fugazmente la traición a Steven, su prometido, el capitán del equipo de lacrosse de la Universidad de Atlanta. Tímida, sin separar su mirada de los ocho ojos lujuriosos de Onbulon, Tiffany se quitó el anillo y lo arrojó lejos, a alguna esquina de la habitación en penumbras, un motel en el medio de la nada, esos donde el conserje es a la vez el dueño y la persona que hace las camas y prepara el “desayuno”, el peor café instantáneo en tres estados a la redonda.
Onbulon entrecruzó sus tentaculos en el gesto que para los fúmigons significa “amor”, y luego, provocador, invocó el símbolo fumiguita de “nena, te voy a hacer sentir cosas que nunca en la vida te imaginaste que ibas a sentir. Vas a ver las estrellas.” 
Tiffany vibró de deseo. Se sentía entregada en su totalidad a ese extraño ser pulpoide que aterrizó una noche de verano en su jardín, descendió de su pequeña nave y, tras encender un puro, le comunicó telepáticamente que venía a “reventar la noche de manera intergaláctica”. Traía whiskey de Alfa Centauri, destilado por enanitos púrpuras de un solo brazo. Tiffany gritó de horror pero Onbulon la acarició telepáticamente, y aquellos que han sido acariciados telepáticamente saben muy bien que no hay mejor caricia que la caricia telepática, ni punto de comparación con la caricia estándar cutánea, digamos, y Tiffany no tardó ni tres segundos en tener un multiorgasmo psicosomático por las caricias de Onbulon. Al mismo tiempo, Onbulon, en una empatía que podríamos equivaler a la que tiene E.T. con Elliot, sintió exáctamente lo que estaba sintiendo Tiffany y entonces los orgasmos de la jovencita fueron suyos también, y si algún vecino hubiese pasado casualmente por el jardín trasero de Tiffany hubiese visto a un gigantesco ser violáceo y con muchos tentáculos y ojos vibrar y emitir sonidos muy parecidos a los que emite un nido de ratas conectado a un amplificador. De conseguir mantenerse en la conciencia y no desmayarse, el vecino hubiese visto acto seguido a una porrista muy sensual, piernilarga y pelirroja, temblar sobre el césped con los ojos en blanco, su lenguaje corporal no muy distinto del de una persona surfeando en la ola más alta de una convulsión epiléptica.
Comenzaron a salir. Onbulon ganó el primer premio en el concurso de disfraces de Halloween, pero tuvo que huir corriendo cuando le pidieron que "se quitara la máscara y dijera unas palabras". Esa noche hicieron el amor hasta rozar la muerte, la eternidad. Onbulon acariciaba tentacular y teleneuronalmente cada cavidad de Tiffany, la abrazaba como sólo te puede abrazar un pulpo muy pero muy descontrolado y con telepatía. Con una combinación de ondas semánticas y de gestos tentaculares, Onbulon le susurraba a Tiffany palabras que por sí solas ya la llevaban a los umbrales humanos de tolerancia del placer: «Te voy a agarrar contra la pared y te voy a dejar como los gusanos de arena de las colinas de Gunglar»; «Te la pongo hoy y te la saco en las Festividades de Agabumbu III»; «Estoy más salido que los ojos de un sortox en fase beta». Tiffany, que nunca había visitado el sistema Fúmigon ni había visto las colinas de Gunglar o a las manadas de sortox en sus distintas fases, entendía sin embargo las metáforas de Onbulon, quizás porque cada gesto y cada onda evocaba en su mente imágenes de tierras lejanas, de gusanos subterráneos y festividades masivas donde multitudes de fúmigons adoraban a deidades cefalópodas en bacanales orgiásticas psicocolectivas, una especie de San Patricio con telepatía, tentáculos y whiskey de Alfa Centauri en lugar de cerveza.
El anillo tintineó en el suelo y rodó hasta esconderse en las sombras, bajo la cama, testigo mudo de la pasión desenfrenada que tenía lugar sobre él, su circunferencia la emulación de una boca atónita. 

El amanecer los encontró entrelazados, sumidos en un sueño profundo, relajados. El aire fresco sacudía levemente el cabello de Tiffany y los subtentáculos dorsales de Onbulon. Un automóvil negro aparcó frente al motel. Un hombre de traje negro descendió del vehículo. 
—Buscamos a una mujer y a un pulpo gigante, ¿los ha visto? —le dijo al dueño del motel.
—¿Tiene una fotografía?
—No te pases de listo, maldito conserje. Un pulpo gigante es un pulpo gigante, no necesitas una foto.
El arma del agente fue más persuasiva que él. 
—Habitación 27.
Después de varios meses, el FBI había encontrado a Onbulon.



1 Comentarios:

Sujeto Vacío dijo...

Supongo que por eso en inglés se le llama octopussy...

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