Y empezamos.

sábado, 23 de noviembre de 2013 |

You are sixty-three years old. 
It occurs to you that there has rarely 
been a moment during the long journey 
from boyhood to now when you have not been in love.

Paul Auster. Winter Journal.



Como veinte minutos intentando hacer que pareciera que agarrabas el sol del ocaso, sol de tipo 8 y media de la tardenoche, los dos estupidísimos de amor de primera cita y los rubiosaltos de países nórdicos que andan siempre turisteando Barcelona gritando vaya a saber uno qué y en qué idiomas porque el inglés te lo reconozco pero nunca falta el rubioalto  finlandés o noruego que grita cosas en finlandés o en noruego o el rubioalto de europa del este que grita cosas en europeodeleste, bueno todos los rubiosaltos de los otros países que estaban ese día en la playa, el día de la primera cita, todos seguramente señalándonos y riéndose de nosotros en europeodeleste o finlandés, pero estupidísimos de amor como se está en cualquier primera cita de caminar por la playa y conocer un poco protocolarmente y después no tanto los detallitos y las primeras impresiones de cada uno, así de estupidísimos de amor estábamos y no nos importaban los rubiosaltos borrachos crónicos, con quemaduras de decimoquinto grado en la piel por su desacostumbramiento cutáneo al sol, no nos importaban podemos decir que absolutamente nada, y vos dijiste “Oye hazme una foto para que parezca que cojo la luna”, y yo afortunadamente me salté el chiste fácil de señalar que es imposible copular con un satélite natural y afortunadamente me privé de señalar lo ridículo de esas fotos y saqué el teléfono del bolsillo y empezamos a hacer pruebas de ángulo y posición y como veinte minutos después conseguimos una foto en la que verdaderamente parecía que agarrabas la luna, y cómo nos reímos cuando nos dimos cuenta que no era la luna, era el sol detrás de unas nubes en el horizonte que lo filtraban mucho y bueno, estábamos borrachos, porque era primera cita y tomamos mucho y con ansiedad de primera cita y con el estómago vacío y nervioso de primera cita y estábamos fumados porque sacaste un porro y lo fumamos –y yo no fumo nunca con lo cual estaba verdaderamente ido–, siempre caminando en dirección al hotel Vela, por la arena o por la costanera.
Me enamoré un poco cuando te descalzaste, al rato, y me enamoré bastante más cuando te doblaste el pie y te caíste y te pusiste toda colorada pero con dignidad porque lo hiciste explícito, exageraste toda la caída, te revolcaste. Faltaba el efecto de cámara lenta para que fuese una peli de amor clase B. Te saqué una foto. Salías despeinada y descalza y llena de arena, despatarrada, y me empezaste a pelear, «borra esa foto, bórrala», y yo «bueeeeeno, la tuiteo y la borro», «¡no no no no, tonto!», bla bla bla, risas, peleítas, tonterías varias, y de nuevo peli clase B porque en un momento del forcejeo inocente peleando por el teléfono nos caemos los dos, vos encima mío, y hay un microsegundo de mutua autoconciencia de peli clase B, cómo no verlo, es demasiado perfecto todo, ocaso-naranja-en-playa-risas, tensión, contacto físico imprevisto, y aunque la playa no está vacía, con todo eso de los rubiosaltos borrachos y los ubicuos cerveza-beer-cola, estamos solos porque los obviamos porque no tenemos ojos más que para nosotros, todo es demasiado perfecto, casi como estar dentro de una foto de Instagram, los colores del ocaso parecen un filtro Instagram, en serio, embellecen las bolsas del Mercadona dispersas en la arena y los filtros de los cigarrillos y las hediondas hediondas palomas barcelonesas, y vos encima mío en el microsegundo de autoconciencia en el que tenemos que decidir básicamente si bromeamos un poco más con la foto que saqué o si te levantás y seguimos caminando o si aprovechamos la horizontalidad, el ocaso, la arena, la perfección instagrámica de todo esto y nos damos el beso antes de que se vaya el sol, antes que la noche suceda al naranja y las bolsas del Mercadona vuelvan a ser horribles y las palomas vuelvan a ser roedores espantosos y llenos de enfermedades mortales y los rubiosaltos vuelvan a entrar en escena con sus gritos de hooligans seismesinos. Nos miramos desacelerando la carcajada, aterrizando las sonrisas en un gesto serio, tus ojos van y vienen en un vaivén de un milímetro. Temblás un poco. De repente tu olor es como muy real, muy, muy inmediato. Tu perfume se va deshilvanando en subolorcitos muy ricos, muy tuyos. Tu boca es muy real, con las imperfecciones que nunca salen en las pelis, ni siquiera en las clase B. Tus pecas son terriblemente reales, terriblemente manchas adorables únicas, y quiero que cada una reciba un beso mío. Tus dientes tienen empastes. Tu lengua tiene puntitos. Tu aliento huele a cerveza, y es cálido, y es aterrador y lo quiero en mi cara para siempre. Y tu cuerpo, tan sumamente ahí, de repente. Pesado, caliente, blando. Tu hebilla se clava en mi cadera. Siento tus senos contra mi pecho pero pienso en tus tetas contra mi pecho. No te imaginás la delicia de este momento. No te podés imaginar ni un poco la delicia absoluta de este momento, la desconexión absoluta de todo excepto de tu cara, tus ojos, tu aliento y el peso y el calor de tu cuerpo. Tu pelo también es como muy real, ahora, muy detallado. Ya no es “tu pelo”, sino un montón de individuos a contraluz, muchísimos tonos castaños, anaranjados, desparramados, llenos de cosquillas para mi cuello, hermosos en el ocaso Instagram que se nos escapa. Ya no nos queda nada de sonrisa en el gesto y respiramos agitados. Tengo una erección que no quiero que sientas. Se me ocurre decirte 'te quiero' pero por suerte me tapo mentalmente la boca porque hay que estar bastante loco para salir con algo así en una primera cita, perfectísima manera de Mandar Todo A La Mierda. El naranja del cielo ahora es muy oscuro y no creo que nos quede mucho más para que sea de noche, y que una cosa quede clara, no estamos hablando de noche mágica, hablamos de noche estándar, romanticismo igual a cero, noche de oscuridad ordinaria y luz de farol y foto sin filtro. La noche equivale a beso sin perfección, y quién quiere un primer beso sin perfección...
Me muevo un poquito y se me escapa un quejido involuntario. «¿Te aplasto?». «Un poco». «Uy entonces me pongo de pie, mejor». (Con una sonrisa. Con una sonrisa que no quiero que se vaya nunca porque hay una complicidad y una conexión y un poner todas las cartas sobre la mesa, una provocación preciosa, un brillo de todo, no sé cómo mierda decir la muchísima cantidad de perfección que hay en esa sonrisa y en este instante apenas me decís "Uy entonces me pongo de pie, mejor", porque es casi como si leyeras el guión mental que voy escribiendo del momento más romántico de mi vida). Mi ritmo cardíaco debe ser de un trillón de pulsaciones por segundo. Queda un pedacito de ocaso. El naranja está al lado del negro feo. La burbuja está a punto de explotar. Es tan ahora o nunca. Yo estoy perdidísimo en tus pupilas, y tiemblo tanto. Tantos nervios, tanta cobardía. Y entonces, de repente, sin más, sin previo aviso, sin instante intermedio, aferrada al último jirón del día, me devorás con un beso que es a la vez una carcajada tuya, y mía. Es un beso perfecto. Y empezamos.



1 Comentarios:

Juan dijo...

"Nos miramos desacelerando la carcajada, aterrizando las sonrisas en un gesto serio, tus ojos van y vienen en un vaivén de un milímetro. Temblás un poco. De repente tu olor es como muy real, muy, muy inmediato. Tu perfume se va deshilvanando en subolorcitos muy ricos, muy tuyos."

genial

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