La importancia capital de su desbigotamiento.

sábado, 26 de julio de 2014 |

Es tan o más equívoco presuponerle una moral fuerte a una persona religiosa como asumir que un ateo es mala persona. Yo soy la prueba viviente de ello.
Yo voy a misa cada domingo de mi vida, peinadito, afeitadito, vestido pulcra y correctamente y con zapatos, ahí voy yo, engominado el pelo hacia atrás, colonia en exceso, recién bañadito y silbando algún salmo. Esté soleado o lluevan ranas ahí voy yo, saludando a todo el barrio, qué dice cómo le va señora Peterson, pero qué bien vestido va usted esta mañana señor Godofre, y así hasta la iglesia, 15 minutos antes ya estoy saludando al cura párroco y a las señoras de la Asociación de Club [sic] de Fans del Cura Párroco y a los monaguillos y después directo a primera fila, me arremango los pantalones y me siento y carraspeo un poco y me froto las palmas de la mano como hace alguien cuando algo que le gusta bastante está a punto de comenzar, me cruzo de brazos, me pongo los lentes para ver de cerca y hojeo el cancionero cantando por lo bajo mis canciones preferidas: El señor es mi pastor, Alabemos al Señor, Yo soy tu cordero, llámame e iré y el más moderno Stairway to Heaven que tiene algunas cositas prestadas de la canción de Zeppelin. Después viene el cura y comienza la misa y sigo todo repitiendo por lo bajo todas las frases de cada parte de la misa y escucho la Eucaristía con muchísima atención y asintiendo con la cabeza ante cada observación aguda y profunda del cura párroco y después termina la misa y saludo a todo el mundo hasta luego hasta luego que vaya bien y camino a mi casa silbando Quién quiere al Señor, ¡yo quiero al Señor! y llego a mi casa y continuo con mi vida de MALA PERSONA porque yo soy una mala persona y lo acepto y listo, pim pam y a otra cosa.

Por supuesto, yo no soy un psicópata, no es que tengo gente encerrada en el sótano y voy yo y los torturo o ando por ahí disparándole a la gente desde campanarios cual desequilibrado sniper, no, o clavándole cosas en la cara, no, y tampoco es que soy un caníbal por ejemplo y me como a la gente o un pedófilo o un racista o un homófobo, para mi cualquier extranjero o cualquier persona de cualquier color de piel es igual de humano que yo y cualquier persona que quiera mantener relaciones con cualquier otra persona sea del sexo que sea tiene todo el derecho e incluso tampoco me opongo demasiado al amor entre especies por ejemplo un hombre que mantenga coito con un hámster siempre y cuando el hámster en cuestión de alguna señal de consentimiento es decir que el hámster en cuestión manifieste de alguna manera que está de acuerdo con el coito inminente, por ejemplo que se le diga al hámster «escuchame bien, Alberto, si estás de acuerdo en que a continuación procedamos a hacer furiosamente el amor, vos guiñame el ojo dos veces» y si el hámster guiña el ojo dos veces, ya está, por mi parte no más preguntas su señoría, denle para adelante chicos que la vida es corta, sean felices, acá no pasó nada, pásenla bomba.

Tampoco soy un criminal de ningún tipo y lo más ilegal que he hecho en mi vida es descargarme un Grandes Éxitos de Héctor Omar Hoffman a.k.a. Sergio Denis y violar el copyright,  una vez que andaba con ganas de escuchar Por la simpleza de mi gente me bajé el disco y entonces infringí la ley pero después me confesé y el cura párroco me dijo que para compensar el crimen fuera a Musimundo y me comprara el disco y eso mismo quise hacer al día siguiente porque ese día era domingo y Musimundo estaba cerrado y el lunes estaba abierto PERO el vendedor de Musimundo, tras haberle dicho yo muy amablemebre «deme por favor un Grandes Éxitos de Sergio Denis» y tras haber él, es decir el vendedor, ingresado en un estado de carcajada absoluta y malintencionada simultánea al señalamiento por su parte de mi cara, se dirigió a mí en los siguientes términos: «De Sergio Denis no tenemos nada porque Sergio Denis no existe». Yo procedí a decirle que Sergio Denis existía porque yo tuve oportunidad, en 1992, de constatar su existencia con todos mis sentidos durante una actuación en vivo en un bar de la Avenida Principal y el vendedor, sin-dejar-de-reírse, gritó ¡ERA EN SENTIDO FIBURADO [sic] QUIERO DECIR QUE SERGIO DENIS ES UN MUERTO! a lo que respondí que de ninguna manera, que Sergio Denis seguía vivito y coleando y, con suerte, componiendo esas grandes perlas musicales que tantas tardes de domingo alegran en todo el mundo hispanoamericano.
El punto es que soy mala persona pero no ando haciendo daño a nadie, simplemente soy muy, MUY superficial y juzgo a la gente sobre todo por su apariencia, es decir que si alguien pertenece claramente al tipo de gente que habita el distrito estético conocido como “Bagarto” o “Bagre” o “Patada en los Huevos” es muy difícil que yo le preste atención o le haga algún favor porque a mí la belleza interior me resulta indiferente, me chupa un huevo, digamos, a mí lo que me gusta es tratar con gente simétrica, proporcional, de rasgos delicados, pelo suave y peinable y dientes derechitos y en hilera, cual collar de Adam’s Chiclets®, nada de comedores destrozados o desparejos, nada de pelo pajizo o gente extremadamente gorda o extremadamente flaca, o baja o alta, o extremadamente nada, excepto bella, no, no me interesa andar teniendo que ver gente que parece sacada de un cuadro de Picasso o con el cutis que parece un cuadro de Pollock (a mí me gusta mucho la pintura y siempre clasifico a la gente en distintos movimientos y escuelas pictóricas), no, yo soy superficial y soy feliz con mi superficialidad y trato de no hacerle daño a nadie pero

EN LA MISA DEL DOMINGO PASADO

me demoré en llegar porque me corté afeitándome y tuve que detener la hemorragia que resultó ser mucho más caudalosa de lo que en un principio parecía y precisé de muchísimo más papel higiénico del que originalmente predije, y hasta palidecí y me flaquearon las piernas y tuve que sentarme en el inodoro y hacer respiraciones para regularizar mi ritmo cardíaco hasta calmarme y luego salí rápido para la misa pero ya sabiendo que llegaría cuando estuviesen todos sentados y algo que yo hago en mi calidad de creyente mala persona es calcular bien dónde me siento de manera que a mis lados quede gente simétrica y de cutis suave y de pelo lacio y abundante y de proporciones óseas correctas –porque algo que verdaderamente me produce náusea es esa gente por ejemplo que tiene un tórax muy pequeño y unas piernas sumamente largas o un torax larguísimo y unas piernitas que parecen de taburete mal hecho, puaj, asco– y por culpa del corte al afeitarme y las demoras en la supresión de la hemorragia llegué tarde y me tocó al lado del señor Sosa, que no está mal, digamos que yo a ese bigote se lo retocaría un poco más y sus ojos no son del todo atractivos y hay un levísimo je ne sais quoi en todo su ser que le transmite al alma de uno una sensación oximorónica constante, como de turbulenta calma, como de intranquila paz, como de elegante ordinariez. Bueno, pero al menos el señor Sosa conserva en general unas proporciones agradables a la vista y es un señor acicalado y muy dado al uso de fragancias y aftershaves bastante discretos y sutiles, hebras de olor deliciosas que da gusto pasarse la misa a su lado. Es decir que con el señor Sosa todo bien y no hay problema en atravesar una misa a su lado pero

DEL OTRO LADO

me tocó a la señora Schneider que a pesar de ser alemana y contar en su sangre con gran cantidad de glóbulos arios que uno imaginaría como auspiciantes al menos de una buena base genética de cara a la belleza según los estándares actuales, a pesar de esta base germano-aria, decía, la señora Schneider es lo más parecido que he visto en mi vida a un grano epidérmico en su estado óptimo de madurez al que le han salido espontáneamente brazos y piernas. No hay escuela pictórica para la señora Schneider, en serio. Decirle cubista es pasarse de bueno. Es como un ready made hecho de esencia de fealdad con un poco de pus, un toque final de guácala y condimentado con polvo de error. Además, ni siquiera es acicalada. No es como Sosa. La señora Schneider tiene un bigote de finos vellos y tiene un lunar del que salen en abanico tres gruesos pelos que dan saltitos cuando la señora Schneider come chicle, ¡ja!, lo cual nos lleva a comentar que además de fea y poco acicalada la señora Schneider es una absoluta ordinaria que se pasa la misa haciendo globitos con su chicle y reventándolos entre sus dientes torcidos, y su glamour es igual a cero y su elegancia es igual a menos diez y qué asco, en serio.

Mi preocupación por elegir un buen lugar para presenciar la misa tiene que ver sobre todo con el momento de darnos la paz, porque ese es el único momento de la misa en que uno tiene contacto físico con los otros fieles. El otro único momento en que se tiene en contacto con alguien es el momento en que se comulga, porque el cura párroco se motiva mucho con esta parte y a veces te da la ostia metiéndote el pulgar en la boca, es como algo super místico y puede verse la tremenda fe del cura párroco en su cara porque se pone todo serio y rojo y a veces se relame de pura conexión con el Todo mientras te mete el pulgar en la boca. Pero esto no importa. Lo que importa es el momento de darnos la paz, porque ahí es cuando en general uno le da la paz a los dos que tiene a su lado, a izquierda y derecha, y tiene que besarlos y abrazarlos.
Y yo soy muy muy muy superficial y no tolero pero para nada entrar en contacto físico con gente fea por fuera. Si tengo al lado un dictador y un torturador de tortugas pero son gente bien parecida y con la piel suave y lisa, y pelo peinable y lacio y abundantes simetrías, venga usted conmigo que le doy la paz no una ni dos sino tres veces, pero si tengo por ejemplo a un tipo que se dedica a cultivar tomates orgánicos y preparar ensalada para los niños pobres de algún país muy pobre, o si tengo a una señora que se pone una nariz de payaso y se va todos los días en el 53 al pabellón de oncología del Hospital Municipal y si estos dos hermosos seres humanos (por dentro) son por fuera de una fealdad que roza lo monstruoso, ¡aléjese de mí, que no encontrará en mis mejillas más que asco y desprecio por su desequilibrio estético, oh oh, y no habrá paz para usted, no en mí al menos, ser cubista, ser pínturo-abstracto, FUERA!
Etcétera.

Y entonces cuando se iba acercando la parte de la comunión y en concreto el rito que se llama Ad Pacem que es cuando los fieles se desean mutuamente la paz con un beso y a veces con una palmadita en el hombro o en la espada y a veces incluso con un abrazo completo y a veces (pero muy muy de vez en cuando) con un beso en toda la boca y con actividad lingual sin ningún tipo de miramiento de lo alrededóreo, cuando se iba acercando el rito del Ad Pacem yo empecé a temblar un poco y a sentirme descompuesto estomacalmente hablando y a arrepentirme del desayuno continental que me había preparado esa mañana y que había consistido en dos huevos fritos con queso y en 5 naranjas exprimidas en un vaso largo de casi medio litro y en tostadas con jamón y en melón y en varios mates y en un café y en dos salchichitas a la plancha con abundante mayonesa y en cereales cubiertos de chocolate y en queso fundido y en tres empanadas y en un poco de puré de la noche anterior y en helado, me empecé a arrepentir porque sentí como que el malestar estomacal estaba empezando a rechazar todo ese desayuno lo cual significa vómito.
Bueno. En un momento la señora Kohlheimm, que también tiene genes arios pero ella sí les hace honor y es una belleza de mujer, piernas largas y brillantes, senos redondos y respingones, ojos como mariposas en primavera y un pelo que si se lo corta y lo vende un día se va a hacer ultramillonaria, la señora Kolhheimm, decía, empezó a rasgar en su guitarra los acordes de El Señor es mi pastor, ¡aleluya! y ahí yo vi que el Ad Pacem era verdaderamente inminente porque este tema, una gran gran canción compuesta a cuatro manos por el cura párroco y el señor Efraimm, que a pesar de tener genes semitas tiene una nariz deliciosamente tobogánea, hermosa, un triangulito isósceles sobre cuya hipotenusa se deslizan sin descanso unos anteojos redonditos similares a los popularizados por la serie de novelas de Harry Potter, esta canción es la que siempre anuncia el momento anterior al de darse la paz.
En la preciosa voz del señor Gorriaga -del distrito estético conocido como Acné Juvenil Mal Llevado En Su Momento- sonaron los últimos versos de El Señor es mi pastor, ¡aleluya!, y el cura párroco nos dijo que nos pusiéramos de pie y después del discursito clásico nos dijo “nos demos la paz”.

Yo me apuré a arrebatar al señor Sosa. En lugar de un beso suavecito y rápido, a veces casi sin ruido, lo abracé muy fuertemente, lo abracé con los dos brazos y apreté mucho. Más bajito que yo, el señor Sosa se vio rápidamente hundido en mi cuello, mi mano acariciando su calvicie parcial, y escuchó, el señor Sosa, las siguientes palabras susurradas en su oído:
—Señor Sosa, ayúdeme. Ayúdeme por favor. Abráceme y ayúdeme a mantener en mi interior el desayuno excesivo que me incorporé hace un rato. Soy sumamente superficial y si usted rompe este abrazo ahora me veré en la obligación religioso-social de volverme ante la señora Schneider y darle un beso de deseo de paz y no sé si usted es como yo, que prioriza lo exterior a lo interior, pero si usted es como yo entenderá que darle un beso a la señora Schneider es para mí el equivalente de lo que sentiría un tiburón comiéndose a un náufrago hecho 100% de tofu, ¿me explico? No se aleje. Espere.
Sostuve la cabeza de Sosa contra mi pecho.
—Usted, por el contrario, aunque de aspecto andino y nariz aguileña, aunque bajito y de tórax ancho, aunque oximorónico y de bigote desparejo, usted, señor Sosa, conserva un nosequé que me gusta, que atrae, un tipo de belleza exótica similar a la que busca Mel Gibson cuando rueda pelis como Apocalypto, no sé si me explico. Sin ser un Brad Pitt, usted, Sosa, vive más cerca de la belleza que de la fealdad, mientras que la señora Schneider, aunque de ascendencia aria, es la materialización de lo que a veces denominamos Error Irreparable de la Naturaleza.

Paréntesis necesario de la Vida de Sosa

Soy muy superficial pero eso no significa que no tenga buen tacto y que respete a todo el mundo y que siempre camine por el otro lado de la calle de la ofensa. Si hubiese sabido algo sobre el pasado de Sosa JAMÁS habría susurrádole los términos que –ahora lo sé con certeza– tanto daño le hicieron apenas ingresados en el canal auditivo y procesados por su cerebro. Intentaré ser breve:
Sosa tuvo una infancia muy difícil porque fue siempre el más feo de su contexto. Si su contexto era la escuela, Sosa era el más feo de la escuela, claro, pero si su contexto era una competición de gente fea, era el más feo (y ganaba, porque ese chiste que reza “eres tan feo, oh, que en un concurso de gente fea perderías por feo” no tiene ningún tipo de aplicación en la Vida Real) y si su contexto era el Museo de Ciencias Naturales y más concretamente el Pabellón de Deformidades Extremas Congénitas Ejemplificadas en Casos Concretos Protegidos de los Dedos Erosionantes del Tiempo por medio de Frascos con Formol, y se paseaba Sosa observando los frascos con seres ciclópeos con el cerebro desarrollado por fuera del cráneo cual oseófila enredadera gris de inteligencia, o seres con treinta y siete dedos saliendo del ombligo ubicado en la frente de la cabeza pequeña, etcétera, incluso entonces, incluso en ese contexto, incluso entre los aformolados habitantes del PDECECCPDETFF del Museo de Ciencias Naturales, Sosa continuaba siendo el más feo.
«¡¿Pero cómo puede ser?!»
Porque el Sosa que hemos dejado entre mis brazos, en misa, ese Sosa es el Sosa post-cirugías de última generación, con tecnología que ni al mismísimo Julio Verne se le vinieron a su salvaje imaginación de adelantado, el Sosa que hemos dejado momentáneamente en el relato congelado durante el Ad Pacem, ese Sosa es el Sosa que ya ha viajado alrededor del mundo buscando lo mejor de lo mejor en términos de medicina correctiva, es el Sosa de ojos extras extirpados, el Sosa de manos podadas, el Sosa modelado por las manos delicadas e irrepetibles del doctor nipon-francés Jean Pierre Akuwabata y su método de modelado toráxico a base de rayos láser y extirpamiento de costillas, el Sosa al que acabo de darle la paz es el Sosa que eligió un juego de genitales y descartó el resto, es el Sosa de espalda depilada, desacné-izada y desombligada, es el Sosa con rótulas protésicas, es el Sosa con los dientes por dentro de la boca y de lengua enrollada hasta una longitud humana. Etcétera. Tampoco es cuestión de revelar aquí una situación faciocorporal que pertenece al pasado, como es la de Sosa, que tras numerosas danzas con el bisturí y numerosos abrazos con la algodonosa anestesia, quedó bastante bien, y además todo muy bien tapado porque en Canadá el doctor Álvarez, maestro indiscutido del cerrar heridas de manera elegante y sin cicatriz, ejecutó su magia trabajando codo con codo con Akuwabata y entre los dos lograron remodelar el orden epidérmico de Sosa de manera que todas las cicatrices de todas las intervenciones coincidieran en unos pocos centímetros cuadrados de piel, y ubicaron ese sector cutáneo para que quede justo debajo de la nariz, de manera tal que el experto en pelos, vellos y vasos capilares Doctor Greenwich (nieto del inventor del meridiano) rematara la obra de arte de la medicina moderna que es Sosa con un bigote precioso, mitad sintético/mitad pelo de camello, cubriendo completamente el tejido cicatrizal y empadronando a Sosa en el barrio de lo exóticamente bello, en la calle de lo misteriosamente atractivo, en el edificio de lo inexplicablemente sublime.
Volvemos entonces al pobre Sosa, hundido en mi violento abrazo, procesando las palabras que acababa de susurrarle y reviviendo cada una de las consultas médicas, cada una de las innumerables veces que se vio desnudado, observado fríamente con una pequeña linterna, las inumerables veces que su cuerpo fue el lienzo tembloroso sobre el que doctores de mano firme dibujaron con rotulador indeleble innumerables líneas de puntos, cada una de esas líneas la profecía aterradora del camino escalpélico, reviviendo cada una de las innumerables veces que, mucho antes de sus cirugías, Sosa fue el blanco de la amoral crueldad infantil de sus compañeros de la escuela, reviviendo las visitas escolares al PDECECCPDETFF y los gritos de los niños anunciando que habían encontrado a la madre de Sosa en un frasco en el Área de los Siameses Insólitos, etcétera. Ese fugaz repaso por los momentos más dolorosos de la vida de Sosa, que aunque reprimidos, no estaban muertos, y ese sótano mnemónico estaba cerrado con una delgada cadena que una patada de las suaves ya podía abrir, ese repaso fugaz bastó para que Sosa se desenredara de mis brazos y me mirara a los ojos y, haciendo acopio de todas sus fuerzas para prorrogar el llanto unos segundos más y poder pronunciar sus palabras despojado de toda lágrima, dijo: «Usted no sabe nada».
Y se arrancó el bigote de Greenwich. 

Paréntesis filosófico sobre lo que significa una cicatriz y lo que puede esconder y los matices semánticos que puede transmitir si se la observa con tiempo y con atención
Nuestra Real Academia propone dos acepciones del término cicatriz: la señal que queda en un tejido orgánico tras la cura de una herida y las inefables huellas que en el espíritu nos quedan tras el paso de los dolorosos pisotones que significan para el alma una relación que no funciona, un amigo que nos traiciona, un padre que nos abandona, etcétera. Lo que vimos junto a la señora Schneider en la delgada, precisa, económica cicatriz supralabial de Sosa tras la remoción del bigote fue la huella al mismo tiempo física y espiritual de una vida dedicada a ser un cuerpo distinto. En los plieguess casi imperceptibles de esa leve deformación epidérmica borboteaba una finísima espuma hecha de llanto y rechazo, de burlas y déficit autoestimal, y si a la contemplación de esa cicatriz metafísica se le sumaba el encuentro de los ojos –ahora sí– sumergidos en lágrimas de Sosa, la epifanía era casi inevitable. La señora Schneider no soportó ese golpe y sin más mediación que un gritito sofocado se desmayó.
Yo, amurallado tras mi superficialidad y malapersonez, tardé más en aprender, y por ende tuve más tiempo de apreciar lo que el gesto de Sosa significaba. Tuve tiempo de percibir la importancia capital de su desbigotamiento.
La parcela cutánea anteriormente cubierta por el bigote era de un blanco mucho más claro que el resto de la piel soseica. Hacía mucho, MUCHO tiempo que la luz solar no visitaba esas tierras. Quizás el propio Sosa había llegado a dudar de si alguna vez había sido de otra manera, quizás había conseguido agregar una cerradura triple con barras de acero y sistema de alarma con cámara y lásers y perros guardianes al sótano mnemónico donde el moho había finalmente cubierto los recuerdos de su época deforme. La ausencia de una cicatriz visible difumina la memoria y auspicia el autoengaño, y bajo la alfombra frondosa de su bigote Sosa había barrido el polvo tóxico de los recuerdos de su pasado oscuro. Y en mi abrazo, en mis palabras cargadas de rechazo a lo asimétrico y desagradable de la señora Schneider, Sosa redescubrió, quizás, me gustaría creer, la singular belleza de su pasado, la particularidad de los caminos que se cruzaban en su existencia, y de un solo manotazo, en un gesto que seguramente lo aterraba y que sin embargo no era capaz de reprimir, reveló su Cicatriz, la Madre de Todas las Cicatrices, quizás la única cicatriz en la Via Láctea que en unos pocos centímetros demostraba la existencia de una epidermis espiritual, la existencia de un alma, ¡ah!, de un alma a través de cuyos poros se filtra la autoconciencia, el arte y la búsqueda constante de la humanidad de trascender la cutánea prisión en que vivimos, sujeta a los juicios triviales sobre sus proporciones, tonalidades y tamaños.
El cura párroco corrió a asistir a la señora Schneider, la misa se declaró oficialmente cancelada, todo el mundo o bien se acercó a sofocar un poco más a la señora Schneider o bien se retiró cabizbajo ante la perspectiva de una mañana dominical sin planes. Yo seguí observando la cicatriz de Sosa, y luego sus ojos, y comencé a llorar. Sosa me abrazó. Me abrazó muy fuerte, con dos brazos que contenían la fuerza abrácica de otros tantos extirpados, y me susurró al oído: «La paz sea contigo, querido. La páz sea contigo.» 




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